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El fallecimiento de Adolfo Suárez me llena de consternación y de pena. Tuve en él a un amigo leal y, como Rey, a un colaborador excepcional que, en todo momento, tuvo como guía y pauta de comportamiento su lealtad a la Corona y a todo lo que ella representa: la defensa de la democracia, del Estado de Derecho, de la unidad y la diversidad de España.
Mi gratitud hacia el Duque de Suárez es, por todo ello, honda y permanente, y mi dolor hoy, es grande.
Pero el dolor no es obstáculo para recordar y valorar uno de los capítulos más brillantes de la Historia de España: la Transición que, protagonizada por el pueblo español, impulsamos Adolfo y yo junto con un excepcional grupo de personas de diferentes ideologías, unidos por una gran generosidad y un alto sentido del patriotismo.
Un capítulo que dio paso al periodo de mayor progreso económico, social y político de nuestro país.
Adolfo Suárez fue un hombre de Estado, un hombre que puso por delante de los intereses personales y de partido el interés del conjunto de la Nación española.
Vio, con clarividencia y gran generosidad, que el bienestar y el mejor porvenir de todos pasaba por el consenso, sabiendo ceder en lo accesorio, si ello era necesario, para poder lograr los grandes acuerdos en lo fundamental.
La superación de la fractura política y social que vivió la sociedad española en el siglo XX fue su objetivo prioritario, como lo fue también el mío.
En ese empeño, Adolfo Suárez dio lo mejor de sí mismo. También trabajó sin descanso para lograr la mejor articulación de la diversidad de España, y la recuperación de la legítima posición de nuestro país en el escenario internacional.
El ejemplo que nos deja es muestra de que juntos, los españoles, somos capaces de superar las mayores dificultades y de alcanzar, con unidad y solidaridad, el mejor futuro colectivo para todos.
Termino este emocionado recuerdo a Adolfo Suárez enviando, en estos tristes momentos, todo mi cariño a sus hijos y a toda su familia.
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