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Palabras de Su Majestad el Rey en el acto de entrega del "Premio Extraordinario Iberoamericano Torre del Oro”

Real Alcázar de Sevilla, 10.21.2024

Lo primero, obligado y muy sentido, es expresarles mi profunda satisfacción al recibir este Premio Extraordinario Iberoamericano Torre del Oro, en este almuerzo y en este lugar al me siento tan ligado desde chico (si me permiten), el Real Alcázar de Sevilla, y que tantos episodios evoca de nuestra historia, desde la más remota hasta la más actual. Un lugar que no queda lejos de ese “repositorio inigualable de nuestra gran aventura oceánica, americana y global: el Archivo General de Indias, custodio todavía de tanto por conocer y comprender. También estamos cerca de un patio (del Palacio de las Dueñas) de especial evocación para aquellos dos niños llamados Manuel y Antonio Machado −cuya exposición hemos visitado e inaugurado esta misma mañana−; donde quizás aprendieron a descubrir la belleza. Exposición que recomiendo vivamente, que me ha gustado mucho. Me alegra saber de su próximo periplo por Burgos (naturalmente) y Madrid.

Mi satisfacción por este reconocimiento tiene su origen en tres razones, que me gustaría explicarles aquí:

La primera razón es la institución que lo promueve, la Cámara de Comercio de Sevilla, en colaboración con la Fundación Cajasol, ambas con una probada historia de compromiso con Iberoamérica. Mi gratitud se extiende a la Cámara de Comercio de España, a la Asociación IbAM de Cámaras de Comercio, Industria y Servicios (AICO), que incorpora las Cámaras de Comercio más relevantes de 23 países de Iberoamérica. Y a la Federación de Cámaras de España y de Comercio en América (FECECA) que asocia a las 21 Cámaras españolas en el continente americano, integradas a su vez por casi cinco mil empresas, es decir, el 65% de la inversión española en la región. 

La segunda razón es el elenco de nombres propios que han recibido el Premio Torre del Oro: Enrique Iglesias, Andrés Pastrana o Felipe González, así como la Real Academia de la Lengua, que, junto a las academias hermanas de Iberoamérica, cuida de ese gran patrimonio que compartimos casi 600 millones de hablantes. O el Buque Escuela Juan Sebastián Elcano, cuya larga vida a flote −casi centenaria desde que fue botado en 1927 − constituye un vínculo más entre ambas orillas y evocador de aquella gesta pionera y heroica de la primera circumnavegación planetaria.

En 1987 me embarqué en el Elcano, como guardiamarina, para recorrer el mundo en el 58º crucero de instrucción; toqué, entre otros, los puertos de Las Palmas, Santa Cruz de Tenerife, Río de Janeiro, Buenos Aires, Montevideo, Salvador de Bahía, Santo Domingo y Baltimore (en la bahía de Chesapeake). Pronto mi hija Leonor, la Princesa de Asturias, en su condición de Guardiamarina, hará también a bordo ese viaje iniciático y formativo (aunque no igual), dando continuidad a la tradicional vinculación de la Corona con la mar, con la Armada, y conociendo a países, pueblos y culturas sin las que la nuestra propia no se entendería.

La tercera razón es que este Premio reconoce una constante de la que me enorgullezco y es seña de identidad de la Corona: ayudar a reforzar y multiplicar los lazos de conocimiento mutuo, de cooperación, de solidaridad y de afecto con Hispanoamérica y con toda la Comunidad Iberoamericana de Naciones. Ser parte de ese gran “territorio de La Mancha”, como lo llamó nuestro Carlos Fuentes, “que convierte el Atlántico en puente, no en abismo...”, y que describía como el “más grande país del mundo”.

"...Este Premio Extraordinario reconoce una constante de la que me enorgullezco y es seña de identidad de la Corona: ayudar a reforzar y multiplicar los lazos de conocimiento mutuo, de cooperación, de solidaridad y de afecto con Hispanoamérica y con toda la Comunidad Iberoamericana de Naciones. Ser parte de ese gran “territorio de La Mancha”, como lo llamó nuestro Carlos Fuentes, “que convierte el Atlántico en puente, no en abismo...”, y que describía como el “más grande país del mundo"..."

El tiempo transcurrido desde mi proclamación, de la que este año se cumplen 10 años, y también mi anterior experiencia como Príncipe de Asturias, me han enseñado a reconocerme cada día más en “ese gran país”. Mi primer viaje oficial, con 15 años, fue en 1983, para participar en los actos del 450 aniversario de la fundación de Cartagena de Indias. Visité la ciudad junto con el Presidente Felipe González y nuestro anfitrión el Presidente colombiano Belisario Betancur– un viaje del que hace (asombra pensarlo) más de cuarenta años.

En este tiempo, más de un centenar de viajes oficiales a la región me han permitido conocer bastante los países hermanos de Iberoamérica, participar de los grandes momentos de su vida institucional y política, de sus encuentros multilaterales. Y quien dice viajes, reuniones y visitas, dice un abanico casi infinito de encuentros muy especiales con personas del mundo de la política, la economía, la cultura o el deporte.

No me podría reconocer como soy ahora, sinceramente, sin ese poso iberoamericano, que no es solo un elemento determinante en mi manera de ver el mundo, y de entender nuestro lugar (de España) en él, sino también una vocación de poner en práctica nuestra hermandad, de comprender y asumir nuestra historia compartida, y de ganar así un futuro mejor para todos nuestros ciudadanos y nuesros hermanos, logrando una mayor cooperación, sintonía e influencia en las grandes cuestiones globales. Permitidme que vuelva sobre mis palabras ante el encuentro de las Academias Hispanomericanas de la Historia hace un par de semanas en Trujillo, Extremadura:

“En este tiempo de grandes desafíos globales, que requieren el esfuerzo coordinado de todos, el foco de nuestra relación debe orientarse hacia el presente, para así preparar o construir un futuro aún mejor, de mayor provecho compartido, de mayores oportunidades. Lo esencial es tomar impulso en tanto que nos une, en nuestras afinidades, para alcanzar respuestas pragmáticas, útiles y equilibradas. Respuestas que lleguen a todos”.

Para este cometido la Comunidad Iberoamericana de Naciones creó, hace ya más de treinta años, su máxima expresión política y diplomática: la Conferencia Iberoamericana. La Conferencia, así como sus Cumbres, constituye un marco eficaz para el desarrollo constructivo de nuestras relaciones, reforzado a partir de 2003 por la creación de la Secretaria General Iberoamericana.

Ningún marco multilateral es perfecto, ni está nunca del todo acabado, como ninguna obra humana lo es ni lo está, pero el sistema iberoamericano ha demostrado con creces su utilidad y su potencial; así como su robustez ante la diversidad de crisis (regionales e internas de algunos países), ante las divisorias ideológicas o la polarización y ante los shocks externos o globales con causas más lejanas o ajenas. Sigamos fortaleciéndolo, explorando sus recursos y posibilidades, renovando año tras año nuestro compromiso con las Cumbres.

Queridos amigos,
decía el músico brasileño Vinicius de Moraes, diplomático y poeta como a él mismo le gustaba definirse, “a vida é arte do encontro”, “la vida es el arte del encuentro”. A eso nos invita Iberoamérica: a hacer de nuestra vida un gran encuentro. Al encuentro debe llevarnos la historia: que nos ha unido, con sus etapas, circunstancias, contextos, conflictos y cooperaciones, sufrimientos y hermandades... Pero, sobre todo, debemos centrarnos en trabajar sobre el presente de cada día, para no mal lograr las enormes oportunidades que nos ofrece de aspirar realmente a un futuro mejor sobre la base cierta, firme y tangible que podemos labrar juntos, los iberoamericanos.

Así que les agradezco que, con este Premio Extraordinario “Torre del Oro”, reconozcan a la Corona en su actual titular y mi compromiso con Iberoamérica. Tengan por seguro que seguiré invirtiendo mis energías, y lo que pueda aportar de conocimiento y capacidad, en esta noble causa; en esta causa; en esta causa (tomando prestada una frase de Federico Garcia Lorca, “tan rica de aventura”.

Muchas gracias.

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