A
l entrar este año, una vez más, en vuestras casas, a través de la radio y de la televisión, quisiera transmitiros ante todo y sobre todo mis sinceros deseos de paz y de felicidad, con motivo de las tradicionales fiestas de navidad.
Cuando la familia está reunida en torno a la mesa del hogar, fundidas las viejas y las jóvenes generaciones en este ambiente lleno de añoranzas, de ilusiones y de recuerdos y se siente con más intensidad que nunca el amor recíproco de padres e hijos, de los esposos, de los hermanos...; cuando tenéis en vuestro pensamiento a los ya desaparecidos de este mundo, a los que hoy están ausentes por distintos motivos, a todos los seres queridos y a los amigos verdaderos; cuando os inunda una sensación de calma y de bienestar y os sentís animados de emoción y de buena voluntad; cuando procuráis disfrutar de vuestra unión con alegría y alejar aunque sea temporalmente sinsabores y preocupaciones, no quisiera en modo alguno que mis palabras os enturbiaran e interrumpieran la agradable velada con la mención de los problemas a los que nuestra patria se enfrenta, ni con la exposición de temores e inquietudes que es preciso alejar de nosotros con optimismo y fe en el futuro.
Pienso que tan inoportuno sería detenerse en los temas desagradables, poniendo en el análisis tintes de amargura, de pesimismo y de desesperanza, como ignorarlos despreocupada e irreflexivamente y pensar que no existen.
Pero las dificultades no se resuelven por enunciarlas una noche como ésta, sino que ha de contribuirse a su remedio con el esfuerzo y la dedicación de todos los días, de todas las noches, de todas las horas y todos los minutos.
Sin hacer un recuento de acontecimientos pasados, todos tenemos conciencia de que desde la última navidad, cuando en estas mismas fechas me dirigía a vosotros, hemos vivido momentos difíciles e importantes. La constancia de su dificultad, el convencimiento de su importancia y la decisión de superarlos constituyen ya el principio de su solución.
También desde entonces he tenido ocasión de expresar mis pensamientos en distintas oportunidades. Al repasar, después del tiempo transcurrido, mis palabras, tengo la firme sensación de que, si bien no voy a repetirlas, tampoco han de ser rectificadas, porque conservan toda su vigencia.
Más que en las dificultades del camino hemos de pensar en el camino mismo, en la certeza de saber cuál es el que hemos de seguir para llegar al destino deseado. En lo político, tenemos una Constitución que se ha dado a sí mismo la mayoría del pueblo español. Al obedecerla y respetarla, estamos ya en ese camino que hemos de recorrer sin dudas ni vacilaciones para vivir en un Estado de derecho.
No hay más alternativa válida, ni puede pensarse en otras soluciones impuestas por minorías, que podrían alterar el objetivo de paz y de orden inspirador de nuestra conducta.
Yo pido a Dios en esta noche y pido a los españoles que esa verdad, que la verdad, se abra paso en la mente de todos y prevalezca siempre por encima de campañas calumniosas, de falsas propagandas, de rumores malintencionados.
Sintámonos unidos como verdaderos hermanos, como miembros de una misma familia, como compatriotas conscientes de la necesidad de trabajar por España. Evitemos por todos los medios crear motivos que puedan desencadenar enfrentamientos y discordias entre nosotros.
No nos esforcemos en cambiar un pasado que existió y que hemos de asumir con sus realidades, sus hechos, sus recuerdos y sus hombres. Unos recuerdos que han de ser respetados y unos hombres cuya colaboración es necesaria porque no podemos prescindir de ningún español dispuesto a trabajar decididamente por su patria.
Miremos todos hacia delante con decisión y con esperanza, con sentimientos de concordia y de unidad.Abandonemos de una vez rencores y egoísmos y pensemos en que nuestros problemas tienen entidad suficiente para que sólo podamos superarlos si somos conscientes de la necesidad de nuestra unión.
Por eso yo os pido únicamente en esta hora, una hora de fraternidad, de amor y de ilusiones, que esa paz familiar que en estos momentos disfrutáis se extienda a través de todo el año que pronto va a comenzar, a la gran familia que hemos de constituir todos los españoles, en el bendito hogar de nuestra patria.
Que este mismo espíritu de armonía llene nuestras almas e inspire nuestras acciones; que nos respetemos mutuamente en la libertad, repudiemos la violencia y nos sintamos solidarios en la gran tarea de edificar una España próspera y en orden, donde el fin supremo de su bienestar y de su grandeza se sobreponga a intereses particulares y mezquinas aspiraciones.
Sólo así, fundidos en la gran tarea de sacar a España adelante, con la gran fuerza que imprime la colaboración entusiasta, conseguiremos que esa paz que en estos momentos disfrutáis y que no quiero turbar, sea la paz permanente de esta querida España a la que quiero servir con absoluta entrega, porque la empresa merece los mayores sacrificios.
Mi confianza en los españoles es ilimitada y la Monarquía que represento quiere impulsar con el mayor afán la gran política integradora de cuantos soñamos con la grandeza de la patria, bajo los pliegues de nuestra bandera.
Confío también en que la tensión del mundo, que tanto nos preocupa, que de manera tan intensa nos afecta y que llena de inquietud a tantos seres, se vea influida por esos mismos deseos de paz que hoy se albergan en nuestros corazones.
Felicidades, tanto en nombre propio como en el de la Reina y nuestros hijos, para todos vosotros, para todos los españoles, donde quiera que se encuentren, en especial para los que sufren y son víctimas de la desgracia y de la adversidad. Y mi ferviente petición de que nos guíe siempre la esperanza en el éxito de nuestros esfuerzos conjuntos, con la fe puesta en la suprema realidad de España.
Buenas noches.