U
n año más, con los sentimientos de paz, solidaridad y esperanza que las fiestas de navidad propician, quiero enviar mi saludo a todos los españoles y ofrecer a vuestras familias los mejores deseos de la mía.
Unidos en esa paz y porque nosotros la valoramos desde dolorosas experiencias pasadas, podemos sentirnos orgullosos de constituir un pueblo que aspira a destacarse en la misión de extenderla en el mundo.
Por eso, una y otra vez, en vuestro nombre y en correspondencia con el constante mensaje de la Corona, he apoyado en todos los foros internacionales los proyectos de convivencia fraternal entre los pueblos y las naciones.
En este sentido, la reciente firma de un Tratado para eliminar misiles y disminuir la amenaza de una guerra nuclear, encuentran en nosotros la colaboración más decidida. Porque sin paz no hay progreso ni libertad.
Es hora de establecer de una vez por todas esa aspiración al entendimiento en un mundo que vive angustiado por la violencia de los conflictos bélicos.
Hemos de felicitarnos por este primer paso hacia un porvenir más armónico que representa el acuerdo entre los Estados Unidos de América y la Unión Soviética. Como españoles lo acogemos con alegría, confiando en que sus frutos sean realmente positivos y se extiendan cada vez más para lograr una auténtica distensión.
Recordemos siempre que hemos de mantener tenazmente el camino emprendido hace años, unidos en la democracia, donde las razones, el diálogo y la participación sustituyen al dogmatismo y a la tentación histórica de la discordia y de la fuerza.
Nunca más el enfrentamiento de españoles con españoles. Nunca más el vacío entre hermanos, entre generaciones, entre pueblos, comunidades y sectores de nuestra nación.
Estrechamente unidos en lo esencial, fundidos en un sentimiento patriótico profundo y consciente, por encima de divergencias secundarias y transitorias, construyamos en las próximas décadas una sociedad donde nuestras coincidencias permitan a los españoles mirar con ilusión hacia un futuro de concordia.
La paz, esa paz que en estas fiestas resuena con ecos ilusionados, es un tesoro que facilita los mayores logros para nuestra sociedad.
Y la cobarde agresión en la convivencia que es el terrorismo, ha de unirnos más todavía en la defensa de esa paz deseada. No debemos mostrar ni debilidad, ni temor, ni duda, para rechazar con decisión a quienes hacen correr la sangre de los españoles víctimas de sus atentados criminales, y también a quienes los amparan, disculpan o justifican, cualesquiera que sean sus posiciones políticas, sociales o religiosas.
Los problemas, sea cual sea su naturaleza, pueden encontrar solución si se comparte sinceramente la voluntad de entendimiento; pero sólo pueden estrecharse las manos que no están ensangrentadas por el crimen y la dignidad.
Si todas las acciones terroristas son igualmente execrables, os confieso que no puedo alejar de mi mente, en esta ocasión de manera especial, la imagen de unos cuerpos infantiles que hace pocas fechas, en la noble ciudad de Zaragoza, aparecían destrozados por la saña de unos desalmados.
En estas horas de sentimientos magnánimos y desinteresados que quisiéramos prolongar indefinidamente, debemos redoblar el esfuerzo de todas las personas y todos los sectores, de los medios de comunicación y de las instituciones jurídicas para lograr, ayudando a las Fuerzas de Seguridad, cuyo espíritu de sacrificio tanto admiramos, la erradicación del terrorismo.
España ha conseguido avanzar para convivir en libertad; va ocupando el papel que le corresponde en Europa y en el mundo; refuerza sus lazos de fraternidad con los pueblos de Iberoamérica y comienza a superar sólidamente la crisis económica.
Ahora debemos prestar mayor atención a los grupos sociales que se encuentran marginados. Ahora debemos emplear la energía suficiente para seguir modernizando la nación y, más allá de intereses y egoísmos que pertenecen a modelos de vida ya pasados, combatir el desempleo que ensombrece muchas de las conquistas logradas.
Pronunciemos una vez más la palabra España y que ella llene nuestro corazón, porque España es lo más valioso de nuestro destino común. La España, cuya unidad indisoluble está determinada en nuestra Constitución y todos hemos de acatar y defender, la España de los sueños aún sin realizar, que espera el amor de los jóvenes, la creatividad de los artistas, el esfuerzo de los profesionales, la fecundidad de las tierras y la alegría de las nuevas generaciones que nos acucian con nobles ambiciones.
En este año que ahora culmina se acumulan, como en un balance dinámico y urgente, los hechos positivos y negativos que han formado parte de nuestra vida colectiva. Unos para llenarnos de satisfacción, otros para dolernos en nuestra conciencia. Pero todos ellos han contribuido a formarnos y a proporcionarnos la experiencia que debe modular nuestra conducta venidera, para vivir con coraje y con responsabilidad.
A todas las Comunidades españolas y con singular cariño a aquellas que han padecido tribulaciones a lo largo del año, en razón de sequías, inundaciones o catástrofes, les deseo un futuro próspero y la colaboración plena del Estado para solucionar sus dificultades.
A los españoles que en cualquier parte del mundo sienten la nostalgia y nos recuerdan, les envío el mensaje de afecto que tantas veces la Reina y yo les hemos llevado personalmente, en cuantas ocasiones nos ha sido posible: España continúa con ellos, en las tierras donde viven y trabajan.
Esta es hora de esperanza. Hemos recorrido con valor y alegría un largo camino para alcanzar cada vez mayores logros en libertad, justicia y bienestar. La vida de los pueblos es un sueño ambicioso que se va haciendo realidad día a día, con esfuerzo y con fatiga. Pero merece la pena.
España, joven en los jóvenes, grandiosa en su historia, expectante y ansiosa en medio de las inquietudes de cada instante, está presente hoy en nuestros hogares. Es la voz y el sentimiento que nos identifica y enaltece. En ella y por ella, aceptad esta noche las palabras de vuestro Rey.