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Mensaje de Navidad de Su Majestad el Rey

Madrid(Palacio de La Zarzuela), 12.24.1988

U

na vez más, en nombre de mi familia y en el mío propio, tengo la oportunidad de enviar un cordial saludo y una felicitación sincera a los españoles que, dentro y fuera de nuestra nación, están viviendo estas horas entrañables de la navidad.

Los seres queridos que nos rodean, los recuerdos que se evocan, la alegría que se disfruta en estos momentos, nos proporcionan un bien inapreciable y unos sentimientos de hermandad que os deseo se prolonguen a través de todo el año que pronto va a comenzar.

En el que ahora termina se han producido importantes acontecimientos.Hemos cumplido diez años de madurez constitucional. Diez años cuya conmemoración celebramos recientemente y que se iniciaron con el acuerdo de las distintas fuerzas políticas para redactar un proyecto de Constitución que después mereció la aprobación del pueblo español. Un símbolo de concertación y de consenso que debiera prolongarse a través del tiempo en un fecundo y sereno diálogo.

España se ha ligado a compromisos interiores y exteriores, que nos vinculan plenamente a los avatares y a los problemas del mundo en que nos ha tocado vivir y dentro del cual se nos reconoce un prestigio indudable.

Han transcurrido tres años desde la adhesión de nuestro país a la Comunidad Europea.

Sentimos entonces la satisfacción de ver alcanzada una meta que los españoles anhelábamos. Ahora podemos comprobar la exactitud de nuestra elección, porque ha contribuido a la modernización de nuestra economía, a aumentar la prosperidad del país, al fortalecimiento de nuestras instituciones democráticas y a la recuperación de un papel importante en Europa y en el mundo.

Dentro de unos días, España asumirá un nuevo reto: el de ocupar, por vez primera, la presidencia de la Comunidad Europea.

Durante seis meses le corresponderá a nuestro país la delicada tarea de dirigir y encauzar los trabajos comunitarios, con la voluntad y la esperanza de servir responsablemente a una causa digna: la construcción de una Europa unida, más justa, próspera y solidaria, abierta al mundo para contribuir al desarrollo de los pueblos y a la paz entre las naciones. En este afán, os convoco a todos, pues el futuro de Europa es y será, porque así lo hemos querido, nuestro propio futuro.

En el terreno de la convivencia constructiva entre las naciones concluimos el año con esperanza: 1988 ha sido especialmente fecundo en la búsqueda de la paz y en los esfuerzos dirigidos a disminuir aquellos elementos y circunstancias que puedan amenazarla.

Hemos asistido a la continuación de un proceso de acercamiento y entendimiento entre Estados Unidos y la Unión Soviética que está contribuyendo notablemente a la consolidación de un mundo más seguro y a una mayor cooperación entre los pueblos.

La actividad de la Organización de las Naciones Unidas, que ha permitido la entrada en vías de solución de graves conflictos; las nuevas perspectivas abiertas por la Conferencia para la Seguridad y la Cooperación en Europa, y los procesos de entendimiento internacional que España ha alentado en la medida de sus posibilidades, son signos positivos que, sin embargo, quedan parcialmente enturbiados por factores de inestabilidad aún latentes y ante los cuales no podemos permanecer impasibles.

En el ámbito democrático hace pocos días hemos vivido la experiencia, dentro del sistema democrático que nos rige, de un paro general que debe servirnos a todos, sin excepción, como punto de meditación para decidir nuestros comportamientos futuros y evitar cuantos problemas puedan solucionarse con el diálogo y la negociación.

Por eso comprenderéis que, en uso de ese poder moderador que la Constitución me atribuye, pida siempre prudencia en cuanto afecta a los conflictos, e interés tanto en resolverlos como en superarlos.

Y sobre todo mantengamos en cualquier circunstancia la mayor serenidad y el más profundo respeto a la libertad, porque sólo podrá deducirse la verdadera importancia y el significado exacto de los sentimientos ciudadanos si cada uno puede manifestarlos o adoptar una conducta sin temores, sin presiones y sin limitación alguna a su libertad.

Como hace pocos días tuve ocasión de expresar en París, al ingresar como miembro de honor en la Academia de Ciencias Morales y Políticas francesa, la democracia es el único sistema político que puede alimentarse y crecer con sus propios conflictos, en el respeto del Estado de derecho y del interés general. Y nuestra democracia y su expresión constitucional tienen suficientes resortes para consolidar en los próximos meses, y en el marco europeo que nos contempla; una comunidad que sepa mantenerse unida, sin retroceder ni perder posiciones que ha costado mucho trabajo y sacrificio conseguir, pero que pueden desmoronarse en breve plazo si dispersamos nuestros esfuerzos.

La crítica positiva al Estado y a sus instituciones, o a las personas que están a su servicio, así como la sincera autocrítica, más que producir molestia y desasosiego, debe calar en todos para orientarnos y perfeccionarnos.

Estoy seguro de que no es una utopía pensar que muchos problemas nacionales pueden ser superados en un clima de concordia. Yo quisiera que ésta fuera la palabra que más se repitiera o transluciera a lo largo de este tradicional mensaje que hoy os dirijo. Concordia que es indispensable para que no nos compliquemos en discusiones inútiles ni nos perdamos dando vueltas para encontrar la dirección adecuada, cuando un camino ancho y estimulante está ante nuestros ojos invitándonos a seguir adelante.

Concordia indispensable para que cada uno sepa ceder un poco de sus derechos o de sus pretensiones y se pueda obtener el equilibrio, el pacto y el acuerdo.

Cuando ya va a concluir este año, reafirmo con la máxima confianza en los españoles y en quienes tienen la obligación de gobernarles, porque han sido elegidos libremente como representantes suyos, mi esperanza de que lograremos vencer la batalla del desempleo; que resistiremos y superaremos, con la mayor moral y decisión, los cobardes ataques del terrorismo, contra el que se ha conseguido una verdadera solidaridad internacional; que estrecharemos los lazos que nos unen a todos los países del mundo, y muy especialmente a los de Iberoamérica; que nos esforzaremos en alcanzar las metas más elevadas a que aspira nuestro pueblo, porque las perspectivas son realmente esperanzadoras.

En estas horas de paz, iluminados por la llama espiritual que dignifica y ennoblece los pasos del hombre sobre la tierra, sintámonos unidos, sin miedo y con ilusión.

En nombre mío y en el de mi familia, os invito a que, en cualquier lugar donde os encontréis, os sintáis huéspedes y amigos de esta casa, desde la que en esta noche os reitero la mayor felicidad y pido a Dios que a todos os proteja.

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