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Palabras de Su Alteza Real el Príncipe de Asturias en el L Aniversario del Colegio Santa María de los Rosales.

Madrid, 10.18.2002

Q

uiero deciros, sobre todo, lo mucho que me alegra poder compartir con todos vosotros esta entrañable celebración cuando conmemoramos los primeros cincuenta años de existencia de nuestro querido Santa María de los Rosales.

Es este acto solemne por su especial significado, aunque evidentemente sea sobre todo un encuentro de amigos. Pues lo somos cuantos hemos acudido a la llamada que Rosales ha dirigido a todos y cada uno de los que, de una u otra forma, personal o colectivamente, hemos contribuido a hacer realidad nuestro Colegio.

Saludo, en primer lugar, al Patronato de la Fundación Paideia, que representa aquí la idea fundacional, y sobre todo lo más difícil, su continuidad, pues es la heredera de Estudios Generales, que creó El Santa María de los Rosales.

Hace medio siglo, los promotores de este centro tuvieron el acierto de proponer una educación basada en una triple perspectiva: transmitir a sus alumnos un patrimonio de conocimientos, concienciarles como hombres y mujeres de su tiempo, y comprometerles a participar, activa y reflexivamente, en la construcción del futuro. Esta es, como sabemos todos, la sustancia del ideario del Colegio.

Y como educar es, etimológicamente, sacar a la luz lo mejor de cada uno, esta idea cuajó en una pedagogía individualizada: conocer a fondo la personalidad de cada alumno, y desarrollar todas sus posibilidades.

Como no podía ser menos, estas bases tuvieron una decidida aceptación por parte de las familias que se unieron a las de los fundadores para confiarles la educación de sus hijos.

Y para ello contaron con una serie de excelentes profesores, que creo merecen que les expresemos nuestro reconocimiento y aplauso. Por su talante individual, su gran preparación, y su inagotable paciencia. Sería casi imposible citarlos a todos, pero creo que cada uno de los que estamos aquí y fuimos alumnos, guardamos en nuestro recuerdo la memoria de un buen número de ellos, unos que se fueron, y otros que están, que seguramente sumen la totalidad.

A todos ellos debemos una sólida formación, intelectual, ética y, sobre todo, humana. Que nos dura y nos sirve, ahora y para siempre, y creo que éste es el mayor elogio de su obra, el sello que distingue una educación auténtica.

Para mí, personalmente, su huella en nuestras vidas se resume en tres puntos esenciales. Nos convencieron, porque creían en lo que hacían. Nos respetaron, de modo que cada uno, dentro de un orden, realizase su enseñanza y su mensaje por sí mismo y a su manera. Y nos enseñaron a seguir trabajando y luchando siempre, sin ceder al desánimo ni apoltronarnos en la rutina.

Ahora, queridos compañeros, es nuestro turno, el de los alumnos. Creo que a estas alturas nuestra percepción del Colegio es como la de aquel niño coruñés que, cuando su abuelo le subió hasta lo más alto del faro romano que es la torre de Hércules, después de mirar al mar con el asombro que éste impone, se volvió hacia el abuelo y le dijo con toda la seriedad de sus cinco años, "Yo no veo la torre de Hércules".

Así hemos vivido nuestra etapa escolar. Inmersos en ella, sintiendo como naturales la dedicación de nuestros maestros, la consideración y el afecto que hemos recibido como personas, la libertad razonable y razonada. La lección anticipada de nuestros derechos, y nuestros deberes, que veintiséis años después de la fundación del Colegio Rosales, proclamó nuestra Constitución, y que hoy son, felizmente, los de todos los españoles.

Creo que la forma mejor de celebrar este aniversario es la de agradecer al Colegio lo mucho que de él hemos recibido, deseándole otros cincuenta años tan fecundos y bien llevados como los que hoy conmemoramos. Y, cómo no, seguir estando a la altura de lo que aquí se nos inculcó. Donde estemos, porque todos somos necesarios y España nos lo pide. Mirando adelante, ayudando, resolviendo, sembrando siempre.

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