I cannot stress enough how happy the Queen and I are to be back in Florida, in Miami, and more so for such a special occasion.
Thank you all for your very warm welcome in this historic site: La Torre de la Libertad de Miami (Freedom Tower).
Thank you very much, Mr. President, for your kind remarks and especially for this Presidential Medal, of which I am deeply proud for several reasons: because of the institution granting me this honor, because of where and when I am receiving it and, consequently, because of everything that it means to me personally and as Head of State representing my country. Thanks to the entire Miami Dade College community for your warm welcome.
Indeed, I am receiving this solemn honor, kindly awarded by one of the most important and prestigious colleges in this country, in a place—our beloved Florida—which has had ties with Spain for more than half a millennium and which is part of the very origin of the United States of America. I am receiving it within the context of our first official visit as The King and Queen of Spain to this great country, and after having met with and exchanged views and concerns with President Obama and with the First Lady. After having talked to many prominent figures in this country about world affairs, and about relations between our two nations in every field.
Two nations which are, on a daily basis, discovering and acknowledging more and more shared affinities, more and more future projects uniting us in the effort to build, together with other friendly nations, a better world—a more secure world, a world with greater solidarity.
Noteworthy among these affinities are those that undoubtedly spring from the history that for centuries made a substantial area of what is today United States territory—from Alaska to Florida and from Canada to Mexico—part of Spain’s dominions. The many expressions of the shared cultural heritage in which Spaniards and Americans can recognize each other all bear witness to the legacy of those centuries, and to the unfolding of many subsequent events. I am referring to the many manifestations of our culture in the broadest sense, and especially to the Spanish language that we use on both shores of the Atlantic and that we share with over twenty nations worldwide, most of them in this great hemisphere of the Americas.
Efectivamente, la lengua en la que ahora me expreso, el español –o castellano, como gustan llamarla en algunas regiones de España y del conjunto de Iberoamérica– podría utilizarla en más de 20 países sin que en ninguno de ellos resultara ajena. Pero no deja de ser fascinante que pueda sonar como propia en un país que de facto tiene al inglés como idioma nacional, aunque ninguna lengua haya recibido el tratamiento de «oficial» para toda la Unión a lo largo de su historia.
En el caso del Miami Dade College, la familiaridad con el español está más que justificada, por la profunda raíz hispana de la institución. Personalmente, me resulta muy emotivo y gratificante tener la oportunidad de dirigirme en español a un centro universitario de los EEUU con más de medio siglo de historia, que se ha caracterizado siempre por su espíritu de servicio a la comunidad hispana y por dar cabida preferente a alumnos procedentes de grupos minoritarios. Por estos motivos, el Miami Dade College es un magnífico ejemplo de servicio educativo, en el seno de una comunidad que lo siente con orgullo como propio.
Y ése mismo es mi sentimiento al tener la oportunidad de participar en el acto académico de apertura del curso 2015, gracias a la generosidad de las autoridades de esta comunidad universitaria. Precisamente por el origen hispano de muchos de sus responsables, por el peso de su alumnado hispano y por la importancia de lo hispano en el estado de Florida, quisiera presentarles unas breves reflexiones sobre la situación del español en los EEUU.
Con gran respeto y admiración hacia la lengua inglesa, puedo hoy sentir que el español es vivido en los Estados Unidos como parte de su ser histórico, pero, sobre todo, como parte sustancial de su realidad presente y como componente cardinal de su identidad futura. Expreso esta sensación desde mi percepción personal, a partir de lo que observo e interpreto de los estadounidenses, de los que hablan español y de los que no lo hablan, y de realidades como las de California, Nuevo México Texas, Illinois, Nueva York o, por supuesto, Florida, cuyas estadísticas en relación con las comunidades hispanas son bien conocidas. Pero mi apreciación se fundamenta también en los argumentos que arroja el debate sobre la lengua española y la identidad hispana que se está desarrollando en el seno de la sociedad estadounidense, en sus vertientes intelectual, política y social.
Tal debate encierra, en realidad, cuestiones diversas que requieren respuestas particulares. Una de las más interesantes es si puede hablarse de la existencia de un español de los Estados Unidos o si hay que tratarlo como español en los Estados Unidos. ¿Es el español algo consustancial a la realidad estadounidense –expresado como español de los Estados Unidos– o es un elemento sobrevenido y accesorio, como se desprendería al hablar del español en los EEUU?
El pasado mes de marzo tuvo lugar en Nueva York un encuentro de expertos, dentro del «25º Congreso sobre el Español en los Estados Unidos», y la conclusión fue en este punto meridiana: debe hablarse de un español de los Estados Unidos, con su propio perfil social y lingüístico, por historia y por presente, pero sobre todo por ser consustancial a la identidad de una parte significativa de la población estadounidense. El español nunca ha estado de paso en los EEUU porque pertenece a estas tierras en la misma medida que pertenece a otros muchos pueblos de América, África, Asia y Europa.
Este español de los Estados Unidos ─de Miami o Los Ángeles; de Chicago o Santa Fe─ no es una modalidad uniforme, sino que incluye voces y expresiones muy diversas, como ocurre en cualquier otro territorio hispanohablante. Existe al sur del país un español patrimonial, heredero del español traído por españoles y mexicanos desde finales del siglo XVI y durante el siglo XVII y que, casi milagrosamente, ha logrado subsistir hasta la actualidad, como ha ocurrido también con el español de los isleños de Luisiana, trasladado desde las islas Canarias en el siglo XVIII.
Y junto a ese español patrimonial se ha ido instalando desde finales del siglo XIX el español de los inmigrantes procedentes de Puerto Rico, de Cuba y de México, principalmente; todos ellos en convivencia, en proceso continuo de intercambio, entre sí y con la lengua inglesa. Así es como se ha conformado el español de los EEUU, porque sus rasgos y condiciones no solo le son propios, sino que le confieren personalidad frente a las hablas hispánicas de otras latitudes.
Pero, el debate no concluye aceptando y valorando sin más la pertenencia del español a la sociedad estadounidense. La reflexión también se interesa por el lugar que ocupa la lengua española dentro de los Estados Unidos. Y a este respecto las conclusiones, en principio, ofrecen mayor coincidencia. El español pareciera estar destinado a encontrarse y perpetuarse en la periferia de esta sociedad, lejos de un centro ocupado desde hace dos siglos por el inglés. La lengua inglesa se presenta así como respuesta natural y consecuente a la potencia asimilativa de esta sociedad norteamericana.
Sin embargo, no todas las voces son unánimes sobre esta cuestión. Son bastantes los sociolingüistas que hablan de un claro desplazamiento del español desde la periferia al centro. Ese desplazamiento significa que la minoría hispana está alcanzando el corazón de la sociedad estadounidense y se está haciendo más visible gracias al crecimiento de su nivel educativo, al vigor creativo de su cultura y a su predominio en diversos servicios. Los hispanos se van progresivamente valorando ya no como «periféricos» sino «centrales» y ello tiene su reflejo también en el uso y aprecio de la lengua española, así como en el interés por aprenderla. Desde luego, no cabe duda de la centralidad del español en lugares como Florida o California, pero el peso hispano continúa aumentando en la mayoría de los estados de la Unión.
"...el español de los EEUU no puede entenderse como una variedad autónoma, al servicio exclusivo de una comunidad interior y aislada de otros pueblos con una historia común, sino como manifestación de una lengua internacional enriquecida por un sinfín de modalidades y acentos, de la América del norte y del sur, del Caribe y de África, de Europa y del Pacífico. La homogeneidad y, a la vez, la multiplicidad de voces son la base de la riqueza del español y de su proyección internacional..."
También en el ámbito de la economía se hace patente el crecimiento. Los análisis revelan que la comunidad hispana estadounidense, considerada separadamente, constituiría la decimotercera economía mundial. El dato se presenta sin duda descontextualizado, ya que la economía hispana solo puede entenderse imbricada en la del conjunto de la Unión; pero no deja por ello de ser elocuente. El poder adquisitivo de los hispanos ha crecido un 461% en los últimos 25 años, muy por encima de la media nacional o del crecimiento de otros pujantes grupos interiores, como el asiático-americano. El conocido como «mercado latino» ha adquirido tal importancia que exige ser considerado en las decisiones comerciales más trascendentales, en términos de negocio, publicidad y mercadotecnia. He aquí una manifestación más de la centralidad progresiva de lo hispano en las últimas décadas.
Ahora bien, el lugar que le corresponde al español de los EEUU no afecta solamente a su posición dentro de esta sociedad, sino que tiene también que ver con el lugar que ocupa dentro del concierto hispánico internacional. Los especialistas han señalado que el español estadounidense a menudo se percibe como periférico respecto a otras variedades de la lengua, entre las que se concede una posición de centralidad a las de cada país hispánico, especialmente a las que tienen mayor proyección internacional, como las del español de México, de Colombia, de Cuba, de Argentina o España.
Parecería que la convivencia con el inglés le restara autenticidad o legitimidad al español estadounidense. Nada más lejos de la realidad. Ya no se trata solamente de apreciar que todas las modalidades del español conviven con otras lenguas en sus respectivos territorios, sino de evidenciar que, en la medida en que el español centra su posición en los EEUU, adquiere un mayor prestigio en el mundo. El español cobra impulso internacional por ser lengua de uso dentro la primera potencia económica mundial, lo que se traduce en un mayor interés por estudiarlo y conocerlo. Al mismo tiempo, el español estadounidense gana prestigio, como modalidad perteneciente al amplio abanico hispánico, al ser utilizada en infinidad de productos, especialmente de comunicación, por parte de los profesionales hispanos, más y mejor cualificados con el paso del tiempo.
Finalmente, dentro del gran debate actual sobre el devenir de la comunidad hispana, se plantea con enorme fuerza e insistencia una pregunta que inquieta a hispanos y no hispanos, y cuya respuesta afecta al futuro social de este gran país. La cuestión, naturalmente, se refiere a cuál ha de ser el futuro de la lengua española en los Estados Unidos de Norte América. ¿Está el español condenado a la asimilación experimentada por otras lenguas como el alemán, el francés o el italiano? ¿O está destinado, por el contrario, a convertirse en una lengua alternante en el uso con el inglés en el seno de una gran comunidad bilingüe? Probablemente no sean estas las únicas alternativas, pero sirven, al menos, para identificar los límites de un gran escenario social, abierto y difuso.
Parece evidente que el futuro idiomático de los EEUU se orientará por donde los propios estadounidenses, incluidas sus grandes minorías, deseen. En todo caso, los análisis apuntan necesariamente a un sector de la población que habrá de erigirse en protagonista de ese incierto futuro. Pienso en los niños del presente; pienso en los adultos del futuro. Por un lado, los niños no hispanos, a la hora de estudiar una segunda lengua, parecen claramente inclinados a aprender español.
Pero, ¿qué ocurrirá con los niños hispanos, sobre todo los de 3ª y 4ª generación? ¿Conocerán el español?; ¿lo mantendrán sus familias cuando el arraigo en los EEUU sea definitivo? Si recurrimos una vez más a los expertos, observamos que ahí es donde radica una buena parte de la cuestión hispana: en el perfil lingüístico e identitario de los descendientes de hispanos en su 3ª o 4ª generación, así como en la utilidad que estas generaciones descubran en la lengua española.
Si la transmisión intergeneracional de la lengua se muestra como aspecto clave, habría que saber qué factores son los que facilitan esa transmisión y cuáles la interrumpen. Los estudios elaborados al respecto, incluidos los publicados por el «Observatorio de la lengua española» del Instituto Cervantes en la Universidad de Harvard, apuntan a dos factores como fundamentales: el uso del español dentro de las familias hispanohablantes y su presencia en la escuela. Si las familias hispanas dejaran de hablarles a sus hijos y nietos en español, si las escuelas arrinconaran a la lengua española, su suerte dependería exclusivamente de la intensidad y la volubilidad de los flujos migratorios, lo que no garantizaría su futuro como lengua de la sociedad estadounidense.
La familia y la escuela son, en consecuencia, los dominios que más hay que cuidar si se considera que la lengua española merece continuar siendo, en el largo plazo, una lengua útil y estable dentro de los EEUU. Las familias hispanas deberían tener motivos para sentirse orgullosas de mantener el español como lengua de identidad, como elemento enriquecedor de la vida comunitaria y de la vida profesional y personal de cada hispano, en convivencia con la lengua inglesa.
Las escuelas habrían de asumir la importancia de dotar a sus estudiantes de un instrumento lingüístico de alcance internacional, como el español, que reportará indudables beneficios a los adultos del futuro, pues su conocimiento les permitirá un mejor desarrollo profesional y una más fácil identificación con las comunidades hispanas, dentro y fuera de los EEUU. Por ese motivo son tan importantes los centenares de programas de enseñanza dual y bilingüe que ya existen y que merecen ser objeto de una mayor atención.
Debemos en cualquier caso tener presente que el futuro de la lengua no viene condicionado solamente por su uso en interacciones cara a cara, sino por su presencia en el ámbito de las tecnologías. Aquí el inglés ocupa un espacio privilegiado, por mérito de las sociedades anglófonas que han sabido invertir en investigación y desarrollo. El español cuenta en este terreno con una importante presencia subsidiaria, gracias sobre todo al peso de un contingente mundial de más 500 millones de hispanohablantes y a su crecimiento, tanto vegetativo como en bienestar, formación y desarrollo económico.
La propia comunidad hispana estadounidense es una gran consumidora de tecnologías de la comunicación: los hispanos están entre los grupos sociales que consumen más Internet en los EEUU, al tiempo que utilizan más sus teléfonos celulares para conectarse a Internet que otros grandes grupos demográficos. La lengua española ha de estar presente, por tanto, en el desarrollo de cualquier tecnología en los EEUU, pero sobre todo debemos esforzarnos para que dé el salto que supone pasar de una lengua de consumidores a una lengua implicada en la creación de tecnología, así como en la investigación y formación que se practica desde las universidades.
Llega el momento de concluir. Acabo de aludir a la lengua española como el instrumento lingüístico de alcance internacional. Y es que el español de los EEUU no puede entenderse como una variedad autónoma, al servicio exclusivo de una comunidad interior y aislada de otros pueblos con una historia común, sino como manifestación de una lengua internacional enriquecida por un sinfín de modalidades y acentos, de la América del norte y del sur, del Caribe y de África, de Europa y del Pacífico. La homogeneidad y, a la vez, la multiplicidad de voces son la base de la riqueza del español y de su proyección internacional. Ninguna de esas voces sobra; ninguna de ellas es menor. Los acentos hispanos estadounidenses son tan válidos y legítimos como los de España o de Chile. Que ningún estadounidense deje de hablar español por la peculiaridad de su acento porque “peculiares” somos todos.
Cada uno de nosotros tiene su propio acento aprendido de nuestras familias y en nuestros entornos, y de él podemos sentirnos orgullosos, como se sienten los colombianos o los cubanos del suyo y como orgullosos deben sentirse los miamenses o angelinos de su propio acento hispano.
Hispanics in the United States have many reasons to feel proud, and one of them is to have the privileged heritage of two global cultures. Next year, we mark the 400th anniversary of the death of Miguel de Cervantes and of William Shakespeare, and I cannot imagine a better tribute to both universal figures than to know and enjoy both their languages.
In 1994, Cuban-American professor Gustavo Pérez-Firmat said that in Miami Spanish there was a word for someone who spoke neither Spanish nor English. If someone who speaks two languages is called “bilingual”, the one who feels comfortable in neither is called “no-lingual”. The idea is that a “no-lingual” is someone who treats their mother tongue like a foreign language, and the foreign tongue like their other language. All of us, together could make it possible for these “no-linguals” to not feel deprived of a cultural heritage, since their situation between two languages gives them access to two infinitely rich worlds: Those of Miguel de Cervantes and of William Shakespeare.
En un lejano mes de mayo de 1590, Miguel de Cervantes quiso trasladarse a América, a las Indias, y no lo logró. Quién sabe qué habría sido del Quijote de haberlo hecho. Pero sí viajó a América su gran obra una vez publicada en 1605. Sus primeros destinos fueron las tierras del Perú y de México, pero acabaría alcanzando hasta el último rincón del continente.
Cervantes ni viajó a América ni tuvo descendencia americana, pero nos dejó un legado cultural que pertenece a toda la Humanidad y, muy singularmente, a los que hablamos español, nativos o no nativos. Todos hemos recibido ese legado de Cervantes, que puede ser reproducido mediante infinidad de acentos, en los que nos reconocemos como herederos de una cultura con un esplendoroso pasado y un esperanzador futuro.
A culture (yes I and it have!) that the United States and Spain share with more than twenty countries in the Americas and around the world, and which is called to contribute to building an international community that is more integrated and more united, with a greater spirit of diversity and solidarity.
Muchas gracias.