Buenas tardes. Gracias, otro año más, por invitarme a estos premios literarios que son ya un regalo para mí, para todos, por lo que suponen al escenificar el respaldo institucional a una industria, la del libro infantil y juvenil, que va más allá de cualquier legítima actividad económica: estamos aquí porque la lectura, la educación, nos hacen —es sencillo decirlo, no tanto el proceso y el esfuerzo que significa— nos hacen, decía, probablemente mejores.
Y si Cervantes dejó escrito que la pluma es la lengua del alma, les aseguro que los dos ganadores de esta noche han empeñado no sólo su alma, sino todo su corazón y su esfuerzo en sus dos novelas. Los protectores, para los más pequeños, es el premio El Barco de Vapor 2016, de Roberto Santiago, una delicia en forma de aventura que nos lleva, de viaje, a EGB o Primaria, cuando en algún momento todos nos hemos creído agentes secretos con no sé qué misión imposible.
"...Gracias a todos los que, en cualquiera de los modos posibles, estáis involucrados en esa tarea que parece fácil, quizá intrascendente, y que es que alguien, quien sea, un niño, un mayor, se detenga, permanezca un momento en silencio, coja un libro y lea. Solo eso. Tanto como eso...."
Y el premio Gran Angular, de Álvaro García, es el retrato rasgado y desbocado de un adolescente extremo, culto y muy enamorado llamado León Zarzo Buendía. Un inadaptado para algunos, un ser excepcional para otros, León, León Kamikaze, que así se titula la novela, atrapa un libro de poesía, se sienta frente a la mujer que ama y lo recita “mientras ella se queda sin batería en el alma” (que es una cita del libro).
Insisto cada año: si tenéis la oportunidad, leed estos dos libros, aunque no seáis adolescentes, aunque no tengáis 10 años. Gracias a todos los que, en cualquiera de los modos posibles, estáis involucrados en esa tarea que parece fácil, quizá intrascendente, y que es que alguien, quien sea, un niño, un mayor, se detenga, permanezca un momento en silencio, coja un libro y lea. Sólo eso. Tanto como eso.
Gracias.