Un año más, en la antesala de la entrega del gran Premio de las letras hispánicas, la Reina y yo nos sentimos felices y orgullosos en compañía de tantos hombres de las letras, de la cultura, y os damos a todos nuestra bienvenida más cordial a este Palacio Real. La Corona está plenamente comprometida con la cultura; y hoy, ante el mundo de las letras, y nuevamente en memoria de nuestro autor más universal, se une a su homenaje anual y a honrar también al dignísimo merecedor del Premio que lleva su nombre.
La historia, la fuerza y la proyección de nuestro país y de las demás naciones hispanohablantes se engrandecen sobre el patrimonio común del español, que nos une a ambos lados del Atlántico y que encuentra en la literatura el refugio idóneo para su posteridad. En los libros, el español se vuelve una y otra vez sólido y contemporáneo, y nos permite disfrutar de sus valores ─que son los nuestros─ y comprender mejor lo que somos, lo que representa nuestra cultura para el resto del mundo. Por eso decimos, con palabras de otro premio Cervantes, Francisco Ayala, que "la patria del escritor es su lengua”.
Gracias a ese legado escrito, que no deja de crecer con vuestro talento y el del resto de los grandes autores de la literatura castellana, siempre encontramos nuevas razones para sumergirnos en la riqueza de nuestro idioma, y para disfrutar con obras que nos trasladan a otros mundos o nos iluminan al nuestro, nos enseñan y nos transforman, y nos hacen, en definitiva, ser un poco más sabios, un poco más felices.
"...brindo hoy y os invito a hacerlo por Eduardo Mendoza, insigne Premio Cervantes 2016, por tantos momentos de lectura sonriente y aguda, y por el futuro del potencial inagotable de la literatura en castellano que nos hace sentirnos orgullosos de lo que tenemos, de lo que fuimos y de lo que, estoy seguro, seremos..."
Desde Cervantes, el humor es seña de grandes momentos de la literatura española. No es casualidad, en una nación que es cuna de buen humor ─que como el Quijote, ha sabido abrazarse al humor incluso en momentos de dificultad─, no es casualidad digo, que encuentre en la obra cervantina su estandarte y el espejo al que mirarse para reconocerse.
Verdaderamente, no deja de asombrarnos la actualidad de la obra de quien presta su nombre a los premios que ahora −y mañana− nos congregan, y la manera en que muchos escritores logran empaparse de su influencia para dotar a sus libros de un ingenio afilado y de un carácter renovador. También, como saben, Cervantes fue renovador y reinventor de nuestra novela, abriendo una senda enriquecedora por la que otros han podido transitar descubriendo universos literarios inhóspitos y fecundos.
En una de esas sendas hemos tenido la suerte de encontrarnos con la literatura de Eduardo Mendoza, nuestro galardonado este año con el Premio Cervantes. Con su manera singular de expresarse y de narrar historias, Eduardo Mendoza se ha convertido en autor de éxito dentro y fuera de nuestras fronteras, obsequiándonos con horas y horas de entretenimiento y diversión.
Desde su estreno en 1975 con "La verdad del caso Savolta" mostró una capacidad extraordinaria para atrapar al lector con una mirada que es, al mismo tiempo, ilustrada y humorística, inherentemente cervantina. En toda la obra de Eduardo Mendoza se cumple aquello que sentenció Mark Twain: "la raza humana tiene un arma verdaderamente eficaz: la risa". Con ella nos desarma a sus lectores el extraterrestre que busca a Gurb, o aquel anónimo y extravagante detective, o el comandante Horacio Dos, sin que eso haga de sus obras algo simple o intrascendente: hay también una semblanza de nuestro tiempo y de nuestro país subyacente a su popular hilaridad.
Queridos amigos, brindo hoy y os invito a hacerlo por Eduardo Mendoza, insigne Premio Cervantes 2016, por tantos momentos de lectura sonriente y aguda, y por el futuro del potencial inagotable de la literatura en castellano que nos hace sentirnos orgullosos de lo que tenemos, de lo que fuimos y de lo que, estoy seguro, seremos.