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Palabras de Su Majestad el Rey en la inauguración de la Conferencia de Presidentes de Parlamentos de la Unión Europea

Palma, 4.22.2024

Muy días a todos y permítanme que les dé la bienvenida a España y a la Ciutat de Palma, en esta maravillosa Isla de Mallorca, de Ses Illes Balears, lugar tan especial en el Mediterráneo, con tanta historia, tanta belleza y vitalidad presente y para encaminar el futuro. Es un verdadero honor para mí inaugurar esta Conferencia con la que finalizan las reuniones de la dimensión parlamentaria de la presidencia española de la Unión Europea. 

Precisamente, me alegra recordar que tuve el placer y el honor también de hacerlo en la 1ª de aquellas sesiones, a la que asistieron algunos de los presidentes que nos acompañan hoy. Entonces tuvimos la oportunidad de reunimos en un lugar emblemático en la historia del parlamentarismo español y europeo, el Claustro de la Real Colegiata de San Isidoro de León, en el mismo lugar donde en 1188 se celebraron —bajo el reinado de Alfonso IX— las primeras Cortes históricamente documentadas.

Los Decretos de León, que acreditaban “la presencia del pueblo en la toma de decisiones”, fueron reconocidos por la UNESCO como “el testimonio documental más antiguo del sistema parlamentario europeo”. Se fundamentaban en el respeto a las leyes establecidas por los usos y costumbres, en el respeto a las garantías procesales y judiciales que deben amparar a los ciudadanos y en el respeto a la propiedad privada. Tres vértices de lo que sería la 1ª piedra fundacional del Estado de Derecho y la igualdad entre todos los ciudadanos.

Por eso aquellas primeras Cortes se consideran un hito en nuestra historia común europea. Y una de las más preciadas aportaciones que Europa le hizo al mundo. Entre aquellos muros nació, pues, una nueva forma de gobernar que, tras tantas vicisitudes, evoluciones y luchas ha llegado hasta nuestros días, como parte sustancial de nuestras modernas democracias.

La transformación que esto supuso en las sociedades medievales fue considerable. Porque su significado trascendió aquel compromiso, convirtiéndose en uno de los mayores legados de nuestra historia. En un contexto bélico y de desigualdad estructural como el de aquel momento en que nacían los Parlamentos, se optó por negociar los intereses en conflicto y buscar un cierto equilibrio de poder, sin recurrir al uso de la fuerza y limitando la arbitrariedad. Basada en la premisa democrática, aquella decisión buscaba convertir desacuerdos sobre asuntos del Estado en acuerdos pacíficos que beneficiaran a todos. 

Sobre ese valioso legado hemos llegado hasta aquí, con un sistema parlamentario consolidado en cada una de nuestras Constituciones modernas occidentales. En esta sala, se reúnen 39 presidentes y 11 vicepresidentes de Parlamentos. La fortaleza de aquella idea originaria que nació en la pequeña ciudad leonesa nos ha acompañado hasta hoy. 

Con la vocación de reconocerlo, aquel 30 de junio conmemoramos allí el Día Internacional del Parlamentarismo. Y aquella reunión dio paso el 1 de julio a la presidencia española de la Unión Europea. Durante todo este tiempo, el simbolismo de aquel primer acto ha estado presente.

"...En una época de creciente polarización, y en el contexto de la mayor transformación tecnológica de nuestra historia reciente, es oportuno recordar —una vez más— que la esencia de Europa es la Democracia. Casi nueve siglos después, rendimos tributo a quienes debatieron y compartieron reflexiones sobre las democracias y el papel de los Parlamentos modernos, contribuyendo a sentar las bases de nuestra convivencia...."

Recordar la historia, aprender de sus lecciones y reivindicarlas nos ayuda a construir un mundo mejor. Sin embargo, también debemos reconocer que hoy la historia nos devuelve la peor de sus caras: La guerra ha vuelto de nuevo a las puertas de Europa. En la actualidad, la invasión de Ucrania nos exige reflexionar de nuevo sobre los valores fundacionales de la Democracia, de nuestra idea de Democracia compartida. 

La Unión Europea se asienta sobre los valores de la paz, la democracia, la libertad, la igualdad, el Estado de Derecho y el respeto de los Derechos Humanos. Lo más valioso de la integración europea se entiende desde la comprensión de sus valores originarios. La unión de todos los pueblos europeos en torno a unos valores compartidos es la nítida seña de identidad de una Europa que, a pesar de todas las dificultades e incluso de las frustraciones coyunturales, demuestra su fortaleza precisamente cuando se enfrenta a las adversidades, como ya advertía Jean Monet en sus Memorias. 

Europa supo pasar de una historia de guerras a ser hoy el mayor ejemplo de integración regional con la creación de la Unión Europea. Y hoy, de nuevo, la respuesta europea frente a la guerra de Ucrania ha sido un ejemplo de unidad y de solidaridad. 

No todos los conflictos son europeos, pero todos los conflictos interpelan nuestra conciencia como europeos. Observamos, por ejemplo, con enorme preocupación el agravamiento de los conflictos en Oriente Medio, la crisis humanitaria y de seguridad que genera, así como los riesgos de escalada bélica regional con graves consecuencias globales; el deterioro de la situación social, política y de seguridad en amplias regiones de África (espacialmente en el Sahel), o también las crisis migratorias, tanto en el Mediterráneo como en el continente americano, y las tragedias humanas o crisis sociales y económicas que producen. Son un reto para la democracia, pero también para la estabilidad y el desarrollo de amplias regiones del mundo.

Y recordamos que Europa, con voluntad, autoridad y humildad, es y debe ser un referente moral, además de un actor geopolítico fuerte, autónomo y abierto a la cooperación internacional. Y en este sentido permítanme que enfatice el hecho de que, con una importante influencia de España, hemos entablado profundos lazos de amistad, de interés mutuo y de compatibilidad con la región iberoamericana a lo largo de nuestra historia. Y creo firmemente que, además de ser nuestra obligación continuar explorando esas alianzas, sin duda representa una oportunidad para Europa y para los valores que compartimos con la mayoría de países de esa región.

Señoras y señores, en una época de creciente polarización, y en el contexto de la mayor transformación tecnológica de nuestra historia reciente, es oportuno recordar —una vez más— que la esencia de Europa es la Democracia. Casi nueve siglos después, rendimos tributo a quienes debatieron y compartieron reflexiones sobre las democracias y el papel de los Parlamentos modernos, contribuyendo a sentar las bases de nuestra convivencia. 

Ante los desafíos crecientes de un mundo en conflicto, los Parlamentos siguen siendo los garantes del espíritu de la Democracia. Decía Winston Churchill en 1917 que el Parlamento es “la pequeña habitación” que sirve de “santuario de las libertades del mundo”. Así nos lo recordaba el escritor John Keane, el estudioso más importante de las Cortes de 1188, uno de los impulsores del reconocimiento de León como cuna del parlamentarismo. Esta convicción es la que presidió nuestra 1ª reunión —en la que Keane ofreció una magnífica conferencia— y la convicción con la que finaliza la dimensión parlamentaria de nuestra presidencia. 

Por todo ello ha sido un honor inaugurar el comienzo y cierre de la misma. Estoy convencido de que los debates que aquí se realicen, con una representación tan nutrida de presidentes, serán nuevamente todo un éxito y una valiosa aportación para el futuro europeo y para la fortaleza de nuestros valores y gobernanza democráticas.

Muchas gracias.

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