Agradezco sinceramente la cordialidad con la que me reciben, junto a la Reina, en nuestra primera Visita de Estado a la República Italiana.
Non sono nato a Roma, (come lo era mio padre) ma permettetemi di provare a dire qualche parola nella bellíssima lingua italiana.
Permettetemi, inoltre, di esprimere la mia gratitudine al Presidente della Repubblica, Sergio Mattarella, per il Suo cortese invito a visitare l'Italia, per la Sua continua stima e per le sue costanti attenzioni nei confronti della Regina e miei sin dal nostro arrivo in questo straordinario Paese. Un ringraziamento, inoltre, per la Sua sensibilità verso la Spagna e per la Sua amicizia per la Spagna.
Un ulteriore ringraziamento per aver sempre trovato nel Presidente della Repubblica saggezza, senno e consiglio. Lo sapete meglio di me: il Presidente Mattarella è un punto di riferimento per l'Italia e per gli italiani, nonché per molti Capi di Stato, tra i quali sicuramente mi ritrovo. Sono onorato di essere tra loro.
Señores presidentes,
Señoras y señores senadores, Señoras y señores diputados.
Al entrar por la puerta de la plaza de Montecitorio, era consciente de que, si bien es habitual abrir a los líderes extranjeros las puertas de este hermoso palacio -como las del no menos bello palacio Madama que acabo de visitar, gracias Presidente La Russa por la oportunidad que nos acaba de brindar- no lo es tanto el tener acceso a la tribuna desde la que hoy les hablo.
Realmente impresiona la visión desde aquí, lo que significa, democráticamente y desde la responsabilidad pública o de Estado, hablarle al querido pueblo italiano a través de sus legítimos representantes.
Este privilegio se dispensa a muy pocos jefes de Estado extranjeros, y si hoy se me honra con él, es porque España no se tiene en Italia tan solo como país amigo, sino como país hermano, que es la misma consideración que Italia tiene en mi país.
En este espacio histórico, sede -junto al Senado de la República- de la representación de la soberanía nacional, se proyectan los valores que nos definen; se afirma la democracia, las libertades individuales, los derechos humanos y el imperio de la ley.
Todo cuanto preocupa e interesa a sus compatriotas llena la vida parlamentaria, presidida -dentro de la legítima discrepancia- por una misma voluntad de acertar, de buscar el bien común, de ser útiles a la sociedad. Y es muy probable que en este tiempo -más que en ningún otro- las cuestiones que se dirimen en los Parlamentos de Italia y de España sean también similares.
Quisiera por ello hacer, desde esta tribuna, algunas reflexiones sobre nuestro lugar en el mundo y en Europa y nuestra relación bilateral.
Me referiré, en primer lugar, a nuestra posición en el mundo. A Italia y España nos une un firme compromiso con el multilateralismo, es decir: con un orden mundial basado en reglas e inspirado en los propósitos y principios de La Carta de las Naciones Unidas.
Somos dos países con memoria, con una clara conciencia del pasado -en particular del que no puede ni debe repetirse, ni siquiera como caricatura- y vemos con lógica inquietud cómo muchos tratados, instituciones y foros multilaterales sufren una erosión acelerada, al tiempo que se cuestiona su eficacia -aceptemos que muy mejorable- o el sentido mismo de su existencia; un peligroso deslizamiento hacia algo incierto…, y nada luminoso. Y todo ello, en un contexto global complejo y volátil, con conflictos abiertos y latentes, enormes desigualdades internas y entre países/regiones, y con una aceleración de los cambios tecnológicos y del deterioro del medio natural que sostiene la vida humana.
Qué frágil es la paz, incluso cuando se logra; y cuán necesarios son y serán siempre el derecho y la diplomacia para avanzar en ese camino sin término; y cuánta voluntad, coraje, generosidad y liderazgo de altura necesitamos para cooperar profunda y sinceramente hacia una mayor estabilidad, cohesión y concordia en el mundo.
Pensemos en Ucrania: se cumplirán en breve tres años del inicio de una agresión no sólo contra el pueblo ucraniano, sino contra el conjunto de la comunidad internacional, en violación flagrante de todo derecho. España sigue apostando por una paz justa y duradera, que reafirme los principios que ordenan la coexistencia pacífica de los Estados. Debemos seguir sosteniendo el esfuerzo de los ucranianos en busca de una paz justa e implicarnos en la recuperación y reconstrucción del país.
Pensemos también en Oriente Próximo, escenario hoy en día del resurgir de la espiral de violencia que tantas veces, por desgracia, ha protagonizado su historia. Nuestros dos países siguen muy de cerca cuanto acontece en la región, y mantienen su compromiso con la paz y la estabilidad, como demuestran los soldados italianos y españoles desplegados en el marco de la FINUL (Fuerza Interina de Naciones Unidas en el Líbano), a cuya labor quiero rendir homenaje desde esta tribuna. Cualquier ataque a sus miembros, venga de donde venga, constituye una gravísima violación del Derecho Internacional Humanitario y de la Resolución 1701 del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas.
Condenamos con rotundidad la violencia y el terror en la región, que en ninguna causa política deben hallar justificación o amparo, y hacemos un nuevo llamamiento a alcanzar un alto el fuego definitivo, la liberación de todos los rehenes y al acceso masivo de la ayuda humanitaria. El DIH, ese mínimo común denominador de humanidad, debe respetarse sin excepción. Y cuando llegue el anhelado silencio de las armas, España e Italia seguiremos compartiendo -por utópico que parezca- la visión de dos Estados, Israel y Palestina, conviviendo uno junto a otro en paz y en seguridad, como la única solución posible que sea durable y justa.
En segundo lugar, quisiera referirme a la Unión Europea.
Permítanme que lo haga citando, como ya hice con ocasión de la entrega a Mario Draghi del premio europeo Carlos V, el pasado mes de junio, a ese gran italiano y europeo que fue Alcide de Gasperi: ‘el futuro no se construirá por la fuerza ni por el afán de conquista, sino por la paciente aplicación del método democrático, el espíritu de consenso constructivo y el respeto a la libertad’.
Esta frase, pronunciada hace más de siete décadas, nos habla de un proceso de integración, pero también de una identidad, moldeada con un método para el que bien valen los tres adjetivos que De Gasperi emplea: “paciente”, “democrático”, “constructivo”. Es nuestra identidad como europeos; esa cuyos fundamentos se consagran, en forma de valores, en el artículo 2 del Tratado de la Unión Europea: la dignidad humana, la libertad, la democracia, la igualdad, el Estado de Derecho, el respeto de los derechos humanos, los derechos de las personas pertenecientes a minorías, el pluralismo, la no discriminación, la tolerancia, la justicia, la solidaridad y la igualdad entre mujeres y hombres.
Los retos que Europa tiene ante sí son complejos e ingentes, en materia de seguridad, de crisis climáticas, de transición energética, de gestión de las migraciones; así como de crecimiento económico, de competitividad industrial, de sostenimiento y equidad de nuestro bienestar social, e incluso de gobernanza ante la ampliación y la necesaria cohesión ante las coyunturas nacionales. Pero no hay reto, desafío o amenaza, por grave que sea, que justifique que nos apartemos de nuestra identidad y camino europeos. El precio/coste que pagarían nuestros ciudadanos, el que pagaría la propia Europa y el que pagaría nuestra civilización sería inasumible. No lo olvidemos.
En 2026 se cumplirán 40 años de la adhesión de España a la entonces CEE, que se produjo -algo que nunca olvidaremos los españoles- con el voto unánime de estas Cámaras. Llevamos desde entonces manteniendo contactos permanentes para defender las muchas posiciones en que coincidimos. Nuestra concertación, nuestra solidaridad, nos ha servido para impulsar proyectos tales como el Fondo de Recuperación Next Generation EU, que está transformando Europa.
La Unión afronta estos días una legislatura decisiva, que deja atrás un ciclo institucional complejo. La nueva Comisión ha de orientar a la Unión hacia el futuro, con líneas de acción esenciales para los intereses de Italia y de España: desde garantizar la competitividad global, hasta apostar por un renovado mercado interior; desde proyectar la Unión con inteligencia y solidaridad hacia su vecindario más próximo, hasta avanzar en la defensa común y la autonomía estratégica abierta; desde apostar por la transformación digital, hasta continuar protegiendo los derechos de nuestros ciudadanos.
En este nuevo camino, los Informes Draghi y Letta están llamados a ser dos de nuestras grandes balizas. Enhorabuena y gracias a ambos autores -dos ilustres italianos- por su compromiso europeo, por su visión estratégica.
No olvidemos un dato que da la medida de nuestra importancia en este proceso: Italia y España, juntas, representan una 1/5 parte del PIB europeo y casi una 1/4 parte de la población de la Unión Europea. Por ello -aunque no solo por ello- españoles e italianos debemos ser conscientes de la importancia de seguir trabajando juntos, pero aún con más intensidad si cabe. Podemos lograr que la voz de los países del sur de Europa, la voz del Mediterráneo, module la respuesta europea a tantos retos globales y el futuro del proyecto común.
Señores presidentes, Señoras y Señores senadores y diputados.
Otra de nuestras fortalezas comunes reside en nuestra firme dimensión euroatlántica, que nos une -a italianos y españoles- en la OTAN. Como Aliados fiables y comprometidos, compartimos una visión de una región euroatlántica pacífica, libre y segura.
Nuestro compromiso con el flanco Este es incuestionable.
Encontramos a numerosas unidades de nuestras Fuerzas Armadas protegiendo la frontera este de la OTAN en Eslovaquia, Estonia, Letonia, Rumania o Bulgaria; patrullando el Mediterráneo oriental, el Mar del Norte o el Báltico; o custodiando el espacio aéreo de la OTAN desde cualquiera de los Aliados bálticos o hacia los Balcanes.
Pero nuestros Aliados deben saber que tanto Italia como España esperamos que el compromiso del resto de Aliados con el Flanco Sur sea también incuestionable, como el nuestro lo es con el Flanco Este. Sólo trabajando juntos, españoles e italianos, lograremos que el enfoque 360º a la seguridad, a la que se refiere el Concepto Estratégico de Madrid, sea una realidad práctica y no una aspiración teórica.
"...Este mundo cada vez más complejo, trepidante y competitivo sigue muy necesitado de nuestra sensibilidad mediterránea, de nuestra política exterior basada en principios y valores y de nuestra firme voluntad de trabajar por un futuro mejor, que llegue a todos..."
Señores presidentes, Señoras y Señores senadores y diputados.
A raíz del agravamiento de la crisis en Oriente Próximo, el Mediterráneo ha confirmado su centralidad estratégica, que se suma a la complicada gestión de los flujos migratorios, entre otros desafíos. En el Mediterráneo se amalgaman diversos conflictos, con crecientes desequilibrios económicos y preocupantes fracturas sociales que amenazan con poner en riesgo toda la región. Me parece necesario, en este punto, hacer una referencia algo más amplia a la gestión de las migraciones.
España e Italia compartimos, como acordamos en la Conferencia Intergubernamental para el Pacto Mundial sobre Migración celebrada en Marrakech en diciembre 2018, la prioridad de fomentar los flujos de inmigración segura, ordenada y regular.
Debemos, como europeos, seguir dando a los inmigrantes el trato digno que se le debe a todo ser humano. Y necesitamos coordinarnos cada vez más, para que el Mediterráneo sea un espacio abierto, próspero, pacífico y sostenible, pues en ello radica la esperanza de futuro para todos los países ribereños y, por ende, de la propia Europa.
El continente africano es una región sometida a grandes tensiones, con conflictos desgarradores, hambrunas recurrentes, desplazamientos masivos, expansión del terrorismo y la radicalización sin freno; y también frecuentemente afectada por la fragilidad institucional y la intromisión de intereses geoestratégicos y extractivos externos. Muy a menudo todo esto queda bastante fuera del foco mediático. Pero también debemos ver y apreciar su enorme potencial, esa riqueza cultural y humana que la convierte en una región clave para nuestro futuro.
Toda solución creíble a los grandes desafíos de nuestro tiempo pasa por esa región, y por ello ocupa un lugar preferente en las agendas exteriores de España e Italia. Del presente y el futuro de África podremos hablar, entre otros temas, en la Conferencia Internacional sobre Financiación del Desarrollo que tendrá lugar en Sevilla en julio del próximo año.
Señores presidentes, Señoras y Señores senadores, Señoras y Señores diputados.
Nuestra coordinación en los escenarios globales, a la que me acabo de referir, descansa sobre una realidad viva y en continuo progreso: la de unas relaciones bilaterales sólidas, que el año que viene cumplirán 160 años, y que se apoyan en dos pilares a los que no queremos renunciar: la amistad sincera y el respeto recíproco.
No me resisto, en este punto, a citar un documento histórico singular, que prueba de las hondas raíces históricas de esta sintonía. Son las palabras que el Ministro de Asuntos Exteriores del Reino de Italia, Pompeo Di Campello, remitió en 1867 al Embajador en el Reino de España, Luigi Corti, donde apuntaba que España era un país:
“con una lengua semejante, tendencias similares, analogía en el desarrollo civil y político de la nación, identidad de muchos intereses económicos y mercantiles; tales fueron y son los numerosos puntos de contacto entre Italia y España, (…) que, más que crear antagonismo y rivalidad entre ambos pueblos, sirven para estabilizar y mantener un vínculo muy sólido de simpatía entre ellos. Este ejemplo es bastante único y raro en la historia de las naciones”.
Pasado siglo y medio, estas instrucciones del Ministro Di Campello siguen reflejando la naturaleza de nuestras relaciones bilaterales. Nuestros lazos provienen, en efecto, de nuestra historia; de la raíz latina que es común entre nuestras lenguas; de nuestra pertenencia a un horizonte geográfico y cultural -y, añadiría, emocional- que es, al mismo tiempo, europeo y mediterráneo, y que tiene una clara vocación latinoamericana.
Pero como las buenas amistades crecen cuando se cultivan, nuestra relación florece también gracias a las Cumbres entre gobiernos, encuentros ministeriales y foros de diversa índole, entre ellos -y creo que es de justicia destacarlo en esta Cámara- la diplomacia parlamentaria.
La relativa tranquilidad de españoles e italianos debe mucho al trabajo codo con codo de nuestras respectivas Fuerzas Armadas, Cuerpos Policiales y de Seguridad y Servicios de Inteligencia en la lucha contra el terrorismo y la delincuencia organizada, o en la colaboración para asegurar flujos migratorios ordenados y seguros.
Y debo aludir a la intensidad de nuestros lazos económicos y comerciales, que serán objeto mañana de un foro específico entre empresarios de ambos países; relación que no cesa de estrecharse fruto de la complementariedad de nuestras economías y de los intereses que compartimos. Nuestro comercio conjunto suma más de 60.000M€. Nuestra inversión conjunta, casi 70.000M€.
Ambas economías caminan en la actualidad por la senda del crecimiento. Profundizar en la relación económica bilateral es la mejor manera para consolidar la recuperación, la creación de empleo, el bienestar de nuestros ciudadanos y la sostenibilidad del modelo social que compartimos.
Pero la fortaleza de nuestras relaciones se apoya, sobre todo, en los innumerables lazos que unen a nuestras sociedades, con solidez y con siglos de historia.
En la actualidad, hay una gran comunidad de italianos que han elegido España para vivir, en tanto que varias decenas de miles de españoles viven en Italia. Cada día, de media, hay en torno a 400 vuelos de pasajeros que unen a nuestros países. Entre las generaciones más jóvenes, España es el país más elegido por los Erasmus italianos, y a la inversa. Y no puedo dejar de referirme a las cifras de intercambio turístico: los más de 5 millones de turistas italianos que han visitado España en 2024 -el país que más visitan ustedes en el mundo-, y los 2.5 millones de españoles que han visitado Italia.
Permítanme también que mencione brevemente un ámbito cultural y educativo, en el que España e Italia compartimos una fortaleza sin parangón, como atestiguan los casi 900.000 alumnos que en el curso 22/23 cursaron español en el sistema educativo italiano no universitario, o los 4 centros del Instituto Cervantes (Roma, Nápoles, Milán y Palermo) y el Liceo Cervantes en Roma.
Es una muestra del enorme interés que suscita el idioma español, la 2ª lengua materna del mundo y la 2ª más usada en internet; y la puerta hacia el espacio iberoamericano, hacia esa urdimbre casi infinita de relaciones sociales y culturales que el gran escritor mexicano Carlos Fuentes llamó “el territorio de la Mancha”, evocando a Cervantes y a su más famosa novela de El Quijote.
Señores presidentes, Señoras y Señores senadores, Señoras y Señores diputados.
He acudido a este hemiciclo, para reafirmar y renovar el mensaje de fraternidad entre los pueblos España e Italia.
Al constatar la fortaleza y vitalidad que han alcanzado nuestras relaciones bilaterales en estos 160 años, debemos hacerlo con orgullo, pero sin complacencia. Que lo hasta aquí relatado, siendo mucho, tan solo sea el prólogo de todo lo que nos queda por vivir, en un intercambio cada vez más amplio y fructífero.
Nuestras aportaciones a la ciencia, a la cultura, al derecho, a la investigación, a la organización de las sociedades, son ingentes, y así debe seguir siendo en el futuro.
Este mundo cada vez más complejo, trepidante y competitivo sigue muy necesitado de nuestra sensibilidad mediterránea, de nuestra política exterior basada en principios y valores y de nuestra firme voluntad de trabajar por un futuro mejor, que llegue a todos. Y también de este factor tan importante que en Italia da en llamarse “buon senso” y en España “sentido común”. No me resisto a citar al siempre recurrente Manzoni, a sus Promessi Sposi, y su “avanti, con giudizio”.
Aquí, ante este Parlamento, ante todos ustedes, los legítimos representantes de este pueblo hermano, reitero mi profunda convicción, de que Italia y España seguirán caminando juntas con profundo respeto y amistad por las sendas no siempre fáciles del mundo del siglo XXI.
Y quiero que mis últimas palabras sean para recordar a María Zambrano, una de las grandes voces de nuestro pensamiento, quien en Roma vivió, posiblemente, los once años más fecundos de su exilio. Zambrano vivía no lejos de aquí, en la Piazza del Popolo y acudía cada mañana, puntual, a escribir a su Gran Caffé Greco. “Me sentía en el centro de la vida estando en Italia”, dijo una vez. ¿Y cómo no sentirse así, en el centro de la vida, en este país fascinante, cuya historia está tan enraizada en nuestra historia, cuya cultura está tan cerca de nuestro corazón?.
Gracias sinceras, Italia, por aportar tanto a lo que somos; por mostrarnos -ayer, hoy y siempre- cuán alto puede volar el ser humano.
Muchas gracias presidente La Russa.
Muchas gracias presidente Fontana.
Muchas gracias senadores y diputados.