El Palacio Real es el edificio más
representativo de la Corona, donde simbólicamente reside.
Por este motivo es escenario de actos de Estado solemnes. En
la actualidad carece de uso residencial.
A partir de 1561, cuando Felipe II convierte a Madrid en capital,
el Alcázar conoce varias y sucesivas ampliaciones para
adaptarlo a las exigencias de residencia permanente del monarca,
las necesidades de gobierno de la Monarquía y la incipiente
burocracia.
En la Navidad de 1734 se incendia el Alcázar, y el Rey
Felipe V determina construir un nuevo Palacio Real situado en
el mismo lugar, como símbolo dinástico y de continuidad
de la Monarquía Española con la Casa de Borbón.
El nuevo edificio se concibe con un triple contenido: representativo,
residencial y de gobierno.
El Rey dispuso que Filippo Juvarra realizase el proyecto, con
un estilo barroco inspirado en modelos berninianos. Aunque Juvarra
muere antes de finalizarlo (1736), su discípulo Juan Bautista
Sachetti se encarga de la dirección de las obras. Vivo
aún el recuerdo del fuego, se construyó a base
de bóvedas, de forma que no hubiera más madera
que la de puertas y ventanas.
La planta del Palacio Real de Madrid es cuadrada, y se articula
en torno a un patio que asume tanto la tradición clásica
como la española. Sendas estatuas recuerdan a cuatro emperadores
hispano-romanos (Trajano, Arcadio, Teodosio y Honorio) recordando
las raíces de España y reforzando así el
sentido de antigüedad histórica.
El Palacio tiene seis alturas desde el nivel de la calle Bailen
y, al modo italiano, alterna pisos y entrepisos. El orden de
convivencia se ordena verticalmente. Los Cuartos del Rey y de
la Reina, separados según el protocolo español,
se sitúan en la planta principal; y según se asciende
en altura por el edificio, la escala de precedencia decrece hasta
las habitaciones de la servidumbre situadas en las plantas superiores.
Las piezas principales se asoman a las fachadas, y las antecámaras
y habitaciones secundarias, al patio. Y entre ambas, pasillos
de servicio.
Los ejes perpendiculares a las crujías del Palacio coinciden
con los cuatro puntos cardinales. La fachada principal, sobre
la Plaza de Armas, se abre al sur. La cara oeste mira al Campo
del Moro, jardines cuya plantación y forma definitiva
concluyen en época de Doña María Cristina.
La del norte, a unos jardines municipales que ocupan hoy el lugar
de las antiguas Caballerizas. La fachada este se extiende a la
plaza de Oriente.
Los elementos arquitectónicos del Palacio Real de Madrid
manifiestan solidez y elegancia en los resaltos ("torres")
de las esquinas; en el escarpe de la parte inferior de sus muros;
en la combinación de tonos que proporcionan los materiales
(granito gris de Guadarrama, y piedra caliza de Colmenar de Oreja).
Sus esculturas, columnas, molduras y cornisas, rematadas por
un balaustre, ofrecen un resultado sobrio y magnífico.
El orden interior
En un lenguaje de símbolos, un frontis corona la fachada
principal del Palacio. En el centro de ésta, un reloj
flanqueado por dos relieves que representan el tránsito
del sol por el espacio entre signos zodiacales. Por encima de
la cornisa principal, las estatuas de Felipe V y su primera mujer,
María Luisa de Saboya, como reyes que iniciaron la construcción
del Palacio; y de Fernando VI y Bárbara de Braganza como
los que concluyeron la obra de arquitectura.
Exteriormente destaca en la planta principal, marcado por cuatro
grandes columnas, el balcón más representativo
del Palacio al que se asoma el salón del Trono. (Otros
dos balcones corresponden al Comedor de Gala, en el lado oeste;
y al Comedor de Diario, en el lado este. La cara norte corresponde
a la Capilla por lo que carece de balcón).
En las dos esquinas de la fachada principal, una bella y profunda
referencia a América: sendas estatuas aluden simbólicamente
a la integración en la Monarquía de los dos Mundos
de los imperios precolombinos, representados a la izquierda por
Moctezuma (emperador azteca); y a la derecha por Atahualpa (emperador
inca).
El acceso al Palacio desde la Plaza de Armas se hace por el
Zaguán, practicable para carruajes. De él arranca
la Escalera Principal.
Las piezas distribuidas por la planta baja del Palacio Real
estuvieron ocupadas inicialmente por las Secretarías de
Despacho, encargadas de la alta administración de los
asuntos de Estado. Una parte de ellas se utiliza actualmente
como Salas de Exposiciones Temporales; otra está ocupada
por la Real Biblioteca y el Cuarto Militar. A la derecha del
Zaguán se encuentra el Salón de Mayordomía,
lugar que ocupaba el mayordomo mayor, nombre tradicional del
jefe superior de Palacio.
La Escalera principal es imponente, con 72 peldaños de
una sola pieza, diseñados para permitir movimientos solemnes
con paso de marcha. La bóveda, de lunetos, está ricamente
decorada con molduras y adornos de estuco; un fresco representa
una alegoría del "Triunfo de la Religión y
de la Iglesia" (Cerrado Giaquinto).
La planta principal
La situación de las salas principales de Palacio guarda
una relación muy estrecha con la arquitectura y la etiqueta
regia.
La primera estancia de la planta principal, a la que se accede
desde la Escalera, es el antiguo cuerpo de guardia de los alabarderos
(tropa militar encargada tradicionalmente de la protección
de proximidad de los Reyes). Conserva por esta razón chimenea
y su bóveda está decorada con un fresco de tema
castrense ("Eneas forjando las armas"). Como los de
la Cámara oficial y del Salón del Trono, fueron
pintados por Juan Bautista Tiépolo.
Desde Alabarderos se pasa al Salón de Columnas, decorado
con tapices del siglo XVII, bustos romanos y esculturas del antiguo
Alcázar. Preside una escultura de Carlos V alegórica
de su implacable coraje en la lucha contra sus enemigos.
Este Salón ha servido de escenario a múltiples
acontecimientos sociales de la Corte española hasta la
construcción, a finales del siglo XIX, del Comedor de
Gala.
El Salón del Trono es el lugar más simbólico
del Palacio, donde los Reyes reciben con el mayor ceremonial.
Ocupa el centro de la fachada principal de Palacio. Lámparas
venecianas, espejos de La Granja, consolas y relojes componen
su decoración. A la derecha, siguiendo el orden del protocolo
español, se suceden la Saleta, la Antecámara y
la Cámara oficial donde Su Majestad el Rey recibe las
audiencias.
En sentido contrario, pero siguiendo el mismo orden protocolario,
figuran la Saleta, la Antecámara y la Cámara, ésta
con gran decoración barroca del último tercio del
siglo XVIII, debida a la familia Gasparini, por cuyo nombre es
conocida de manera habitual.
En la fachada de poniente está situado el Dormitorio
del Rey Carlos III, que ocupó también su nieto
Fernando VII. A continuación vienen, el Gabinete de Porcelana,
con decoración de la fábrica del Buen Retiro, la
Saleta Amarilla, y el Comedor de Gala. Esta estancia se formó por
la unión, a finales del siglo XIX, de tres antiguas piezas
del Cuarto de la Reina. En ella se celebran las cenas de gala
que ofrece Su Majestad el Rey a los representantes extranjeros
en visita oficial a España. El Comedor está alhajado
con tapices de Bruselas (s. XVI), jarrones de porcelana china
(s. XVIII) y de Sevrés (s. XIX).
|
|
La Capilla Real ocupa el centro de la fachada norte del Palacio.
En su interior una gran cúpula al fresco, de Cerrado Giaquinto,
representa la "Coronación de la Virgen". En
las pechinas, pinturas de santos españoles, del mismo
autor. Un cuadro de San Miguel Arcángel (Bayeu) preside
el altar. Gran órgano de Bosch (s. XVIII). Dosel real,
con tronos y reclinatorios, tapizados de seda bordada al realce
con hilo de oro y plata por José Castillo (s. XVIII).
En la zona oriental (fachada de la calle Bailen), las Habitaciones
de la Reina María Cristina, el Comedor de Diario, el Salón
de Espejos y el Salón de Tapices. En la parte interior,
la Sala de Billar, el Gabinete de Fumar y las Habitaciones de
los Reyes Carlos IV y María Luisa de Parma.
Decoración y Colecciones Reales
La decoración y distribución interior del Palacio
ha variado a lo largo de la historia según necesidades
y gustos de los distintos Reyes. Con Fernando VI concluyó la
obra arquitectónica y se inició la decoración
interior a cargo de Sachetti, Giaquinto y Tiépolo. Carlos
III fue el primer monarca que habitó el Palacio Real en
1764. Durante su reinado prosiguió la decoración,
responsabilidad de Sabatini que recurrió a artistas franceses,
e italianos como Gasparini; más adelante intervinieron
otros como Antón Rafael Mengs, y dos pintores españoles
seguidores de su estilo, Bayeu y Maella.
En época de Carlos III y Carlos IV los cuadros cubrían
las paredes desde el zócalo hasta la cornisa. Este último
sentía predilección también por los relojes,
muebles y objetos decorativos franceses, con los que enriqueció las
Colecciones Reales españolas. Fernando VII incorporó otros
objetos decorativos, singularmente relojes, candelabros y arañas.
A principios del siglo XIX se modificaron los patrones artísticos,
incorporándose elementos modernos como las colgaduras
de seda o el papel pintado, dando lugar a cambios decorativos
y a la necesidad de reducir el número de cuadros en las
paredes. Parte importantísima de obras maestras que allí colgaban
pasaron al Museo de Pinturas establecido en el Paseo del Prado.
Los Reyes Don Alfonso XIII y Doña Victoria Eugenia fueron
los últimos monarcas españoles que, sin perder
el uso oficial, habitaron el Palacio Real de Madrid, hasta el
año 1931.
Pocas residencias reales europeas conservan una decoración
como la del Palacio Real de Madrid, reflejo de los gustos y del
mecenazgo de los diferentes reyes españoles a lo largo
de la Historia. La predilección de cada monarca por determinados
artistas de su tiempo, siempre entre los mejores, ha tenido una
influencia decisiva en la formación de la identidad cultural
española.
Fruto de todo ello son las Colecciones Reales (tapices, relojes,
pintura, mobiliario, artes decorativas... etc.) administradas
en la actualidad por Patrimonio Nacional. Distribuidas por el
interior de los palacios reales españoles, formando parte
de su decoración permanente, resumen unos refinados gustos
artísticos de los reyes. Proporcionan a estos palacios
un ambiente histórico y vivo a la vez bien distinto al
de un museo.
|