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Palabras de Su Majestad el Rey al Congreso de los Estados Unidos de América

EE.UU.(Washington), 6.2.1976

S

eñor Speaker, señor Presidente en funciones, miembros del Congreso, me honra sobremanera vuestra invitación a dirigir este mensaje al Congreso de los Estados Unidos y, a su través, al pueblo que vosotros representáis. Permitidme comenzar hablando del pasado de nuestros dos países, para luego pasar a examinar el presente y el futuro.

Hace doscientos años nació en esta tierra un sistema de vida pública que habéis preservado con fidelidad para que llegue intacto hasta el día de hoy. Su filosofía, inspirada en el respeto a la libertad del hombre y a la soberanía del pueblo, dio vida y forma a vuestra nación, cuya fundación ahora celebráis y celebramos todos los países amigos. Os dirijo en nombre del pueblo de España votos sinceros de felicidad y de larga y próspera vida nacional en este Bicentenario.

España no puede ser indiferente a nada que acontezca en el continente americano, puesto que lo descubrió y trajo a él, desde 1492 y durante siglos, con sus propios hijos e hijas, la fe cristiana, la lengua española, formas europeas de vida y de pensamiento y un concepto radical de la igualdad esencial del género humano que palpita en las Leyes de Indias promulgadas por mis antepasados. La concepción española de la dignidad de la persona humana, expresada por nuestros teólogos y nuestros juristas a propósito delindio americano, modificó para siempre el derecho de gentes y sentó las bases del moderno derecho internacional.

Una Reina de Castilla, Isabel, de la que yo desciendo en línea directa, llevada del instinto profundo que caracteriza el alma femenina, nombró almirante de la marina española a un desconocido, pero experto navegante, Cristóbal Colón, para que hiciera realidad sus proyectos y sus sueños. Las naves de España se encontraron con América, que les esperaba para entrar de lleno en la historia y convertirse en pocos siglos en singular protagonista del destino humano.

Como primer Rey de España que visita los Estados Unidos, deseo tributar un recuerdo a los exploradores españoles del siglo XVI, que en menos de cincuenta años recorrieron en sus frágiles embarcaciones y con medios rudimentarios todas las costas atlánticas de Norteamérica, desde Río Grande hasta Cabo Bretón, y gran parte de la costa del Pacífico, remontando desde California hasta el Sur de Oregón y cruzando después el océano hasta Hawai.

Y junto a los navegantes he de recordar también a aquellos otros exploradores que, en plazo aún más corto, se internaron por los territorios de dieciséis de los actuales Estados de la Unión, llegando hasta tierras de Nebraska, Kansas y Missouri, y siendo ellos los primeros hombres del viejo Mundo que contemplaron el impresionante paisaje del Cañón del Colorado, y los primeros que alcanzaron las orillas del Mississippi.

Estos hombres no sacaron ningún provecho material para ellos, ni para la Corona de España. Muchos dejaron en el empeño sus vidas, agotados por la enfermedad, en lucha con las dificultades de la naturaleza, destruidos por las mismas ilusiones, a veces fantásticas, que les sirvieron de estímulo. Pero su empresa significa algo más que un sueño vano o una aventura intrascendente, porque realizaron su esfuerzo en beneficio común de la humanidad. Ellos contribuyeron a romper el confinamiento continental en que los hombres vivían separados por la geografía impenetrable, y sirvieron al destino de la humanidad de romper las barreras de la naturaleza. El mismo empeño que en muestro siglo ha llevado a otros hombres, dotados de la tecnología moderna, a lanzarse a la exploración de los espacios siderales.

Hoy rendimos homenaje a la fundación de la nación norteamericana, a la independencia proclamada en el Congreso de Filadelfia hace doscientos años. Este homenaje no puede limitarse a unas frases protocolarias, porque tiene motivos históricos profundos en vivencias comunes en las que han participado nuestras dos naciones.

En este año del Bicentenario nos complace acordar el papel que desempeñaron los españoles y España, con sus recursos políticos, diplomáticos, financieros, navales y militares, en la lucha global cuya victoria consagró el reconocimiento de la independencia de los Estados Unidos.

Ya la noticia del Congreso de Filadelfia encontró en España una resonancia inmediata, y hoy podemos hacer nuestras las palabras con que un periódico español, el Mercurio Universal, comentó en enero de 1776 aquel acontecimiento histórico. Dicen así: "La pintura de sus quejas y agravios, el recuerdo y madurez que han reinado en su Congreso, el esfuerzo varonil con que se muestran unánimemente resueltos a hacer frente a todos los peligros... todo parece hacer respetable y sagrada su resistencia y sus justas pretensiones".

En 1776 la Monarquía española se extendía por inmensos territorios del continente Americano, y aún mantenía su ritmo expansivo: en el mismo año de la declaración de independencia los españoles fundaron la ciudad de San Francisco. A la vez que las sociedades de la América hispana experimentaban importantes transformaciones, el gobierno español se dispuso a reorganizar un aparato defensivo y diplomático, reconociendo la beligerancia de las Trece Colonias y procediendo con ellas a un intercambio de misiones diplomáticas extraordinarias.

La prestación de ayuda efectiva y apoyo logístico en los primeros años de la insurrección de los colonos, antes de la entrada de España en la guerra, se realiza por medio de la utilización de los puertos españoles del Caribe por los barcos norteamericanos y el envío de socorros en forma de equipo militar, vestuario, medicinas y dinero. Además de esta ayuda directa, alcanzó gran importancia la ayuda indirecta que representaban los preparativos bélicos que ya entonces hacía España. En septiembre de 1777, tras la capitulación de Saratoga, España quiso evitar el choque frontal con Gran Bretaña e intentó actuar como mediadora, asegurando el principio de la independencia de los nuevos Estados Unidos. Al fracasar este intento, España entró por fin en la guerra. En ella iba a tratar, entre otros objetivos, de recuperar Gibraltar.

La conquista del puerto de La Mobila y, sobre todo, el ataque y toma de Pensacola por Bernardo de Gálvez, en mayo de 1781, significó el triunfo de la causa norteamericana en Florida y en el golfo de México. Así, esta victoria de Pensacola es un anticipo de la decisiva batalla de Yorktown en octubre de aquel año, en cuyo éxito les toca también una parte a los españoles de La Habana, que proporcionaron recursos económicos, necesarios para sostener la campaña.

Muy pronto la paz consagró los frutos de la victoria aliada. En virtud de ella, los nuevos Estados Unidos de América y España entraron en vecindad geográfica. Para reglamentarla se llegó a la firma del Tratado de 27 de octubre de 1795, cuyo artículo 1° decía así: "Habrá una paz sólida e inviolable y una amistad sincera entre Su Majestad Católica, sus sucesores y subditos, y los Estados Unidos y sus ciudadanos, sin excepción de personas ni lugares".

No son sólo apoyos en la guerra y relaciones de paz las que unen a nuestras dos naciones al consolidarse la Independencia de los Estados Unidos. Mi país se siente ligado a la formación de la gran nación americana por las aportaciones y vestigios de una cultura de origen español que ha sido conservada e integrada en muchos Estados de la Unión, a veces con esfuerzos y dificultades.

De modo particular, los ciudadanos de habla española de los Estados Unidos constituyen hoy día una realidad social viva y una extraordinaria esperanza para el futuro de vuestro gran país.

El mapa de los Estados Unidos está lleno de centenares de nombres españoles., comenzando por la ciudad de San Agustín, fundada en 1555, que vosotros consideráis la más antigua ciudad de la Unión. Todos esos nombres recuerdan una historia lejana en el tiempo, un momento distinto del actual, pero que no por ello deja de ser significativa expresión de la vieja comunicación entre las raíces históricas de nuestras dos naciones, cuyos destinos convergen otra vez en nuestros días hacia el futuro del mundo, de ese mundo que ha de ser forjado por todas las naciones libres.

Los españoles sabemos que los fenómenos de integración de elementos heterogéneos en la unidad nacional suscitan problemas y no son fáciles de asumir. España se ha formado en muchos siglos con elementos íberos, celtas, romanos y germánicos, y en la Edad Media fue un conflictivo crisol de razas y de culturas, musulmana, judaica y cristiana, cuya síntesis, sin embargo, ha dejado una huella imperecedera en nuestra nación. Lo que importa es el hilo conductor de la unidad nacional.

Para el pueblo norteamericano, el espíritu generoso de libertad que ha inspirado a sus portavoces eminentes y a sus leyes, y la ejemplar fidelidad a sus ideales por la que siempre se ha distinguido, encierran la clave de un porvenir de creciente concordia y de nobles realizaciones.Señor Speaker, señor Presidente en funciones, miembros del Congreso, el Rey de España es hoy el Jefe del Estado de una nación moderna de treinta y seis millones de habitantes que, apreciando su tradición, mira con fe y optimismo al porvenir.

España es hoy una nación joven, en cuya población dos tercios tenemos menos de cuarenta años. Somos una raza vieja, pero somos al mismo tiempo un pueblo nuevo, dinámico, enérgico, austero y trabajador. En un inmenso esfuerzo desarrollado en las últimas décadas, la economía de mi país sufrió una transformación profunda; nos convertimos en potencia industrial -la décima del mundo-; la explosión cultural llenó escuelas y universidades e hizo que el nivel tecnológico de nuestros trabajadores y de nuestros profesionales en general sea equivalente al del resto de la Europa occidental.

La evolución de nuestra sociedad no deja de ofrecer tensiones, dificultades, contratiempos y hasta violencias. Sufrimos la crisis actual del mundo, es decir, que el paro, la inflación, la contracción de la demanda y los altos costos productivos figuran entre nuestras prioritarias preocupaciones de gobierno. Pero ningún obstáculo se opondrá decisivamente a que nuestra comunidad española siga adelante trabajando por la creación de una sociedad cada vez más próspera, más justa y más auténticamente libre.

La Monarquía española se ha comprometido desde el primer día a ser una institución abierta en la que todos los ciudadanos tengan un sitio holgado para su participación política sin discriminación de ninguna clase y sin presiones indebidas de grupos sectarios y extremistas. La Corona ampara a la totalidad del pueblo y a cada uno de los ciudadanos, garantizando a través del derecho, y mediante el ejercicio de las libertades civiles, el imperio de la justicia.

La Monarquía hará que, bajo los principios de la democracia, se mantengan en España la paz social y la estabilidad política, a la vez que se asegure el acceso ordenado al poder de las distintas alternativas de gobierno, según los deseos del pueblo libremente expresados.

La Monarquía simboliza y mantiene la unidad de nuestra nación, resultado libre de la voluntad decidida de incontables generaciones de españoles, a la vez que coronamiento de una rica variedad de regiones y pueblos, de la que nos sentimos orgullosos.

Haremos que la Monarquía refuerce el sentido de la familia y del trabajo en nuestras vidas cotidianas, promueva la asimilación de la historia por las jóvenes generaciones, proporcione un renovado propósito y una nueva dirección a la sociedad de nuestro tiempo.

La Monarquía, vinculada desde su origen a la independencia nacional, velará en todo momento por su preservación. No admitirá injerencias ni presiones extranjeras y toda colaboración con los demás países del mundo, que España vivamente desea, habrá de realizarse desde el más escrupuloso respeto a la soberanía y a la dignidad nacionales.

Señor Speaker, señor Presidente en funciones, miembros del Congreso, España asume con decisión el papel que le corresponde en el concierto internacional. Situados en un lugar estratégico de primera magnitud, entre el Atlántico y el Mediterráneo, estamos dispuestos a poner todo nuestro esfuerzo para el mantenimiento de la paz, de la seguridad y de la libertad en tan importante región del mundo, vital par a nosotros. El pueblo español anhela la descolonización de Gibraltar y su reintegración pacífica al territorio nacional.

España es parte de Europa, y en cuanto tal hemos suscrito la Declaración de Helsinki sobre la Seguridad y Cooperación en Europa, cuyos principios inspiran nuestra política relativa al continente europeo, así como nuestro propósito de mantener relaciones pacíficas y fructíferas con todos los Estados. Al mismo tiempo, España está dispuesta a reforzar su relación con las Comunidades Europeas, con vistas a su eventual integración en ellas.

España se encuentra estrechamente ligada, por su situación y por su historia, a los pueblos del norte de África. Nuestro gobierno ha puesto de su parte los medios necesarios para que la descolonización del Sahara Occidental se realice en paz y armonía. De ahora en adelante, España se esforzará en acrecentar su cooperación con los Estados del norte de África para la paz y desarrollo de la región.

En cuanto al continente americano, son bien conocidos los lazos íntimos e indestructibles que unen a España con los países de este hemisferio de su misma raza e idioma, en el que aún la llaman "madre patria". Yo deseo rendir homenaje hoy también ante vosotros a las naciones independientes de la América española, a las que si vosotros podéis llamar hermanas como Repúblicas de América, yo puedo llamar hermanas como español.

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