Quiero que mis primeras palabras hoy sean de agradecimiento, de profundo agradecimiento por el inmenso honor de esta distinción que me vincula a una de las Universidades más importantes de Italia, de Europa y del mundo, precisamente en el año en que celebra su VIII centenario y coincidiendo con nuestra visita de Estado a la República Italiana, gracias a la gentil invitación del Presidente S.Mattarella. Su presencia aquí en este acto, Sr Presidente, nos emociona especialmente como un gesto de amistad sincera que nunca olvidaremos.
Ochocientos años al servicio de la cultura y la ciencia, de la reflexión y del conocimiento, por los que quiero felicitar de corazón a cuantos formáis parte de esta comunidad académica, encabezada por el Rector Lorito, y a la que hoy me uno con orgullo, con humildad y muy consciente de su significado.
Agradezco a la profesora Dora Gambardella, Directora del Departamento de Ciencias Sociales, sus amables palabras; y a la Profesora Enrica Amaturo, Coordinadora del Doctorado en Ciencias Sociales y Estadísticas, la generosa laudatio que me ha dedicado. Mis gracias sinceras.
Visitar Nápoles, tan vinculada a la historia de España, representa siempre una experiencia intensa y vibrante, lo es también para la Reina y para mí en esta ocasión; y recibir aquí el 1º doctorado honoris causa que me concede una universidad fuera de España es razón por la que esta ciudad y esta Universidad pasarán a partir de hoy a formar parte de mis recuerdos más indelebles. Muchísimas gracias de todo corazón por ello.
Desde su fundación por Federico II el 5 de junio de 1224, esta antiquísima Universidad ha sabido atraer los mejores talentos tanto de lo que Petrarca llamaba la “Italia mía” como de toda Europa, hasta convertirse en uno de los principales centros del saber, referencia del equilibrio entre tradición e innovación, estabilidad y flexibilidad que debe integrar toda universidad.
Todavía hoy nos llena de asombro pensar que en sus aulas estudiaron o enseñaron personajes de la más alta cultura italiana y europea como Boccaccio, el propio Petrarca, Giambattista Vico o Sto Tomás de Aquino, y más recientemente referentes de la vida política como fueron los presidentes de la República De Nicola, Leone o Napolitano.
Esta universidad es una fundación real; el vínculo entre Corona y Universidad existe desde hace siglos y ha sido notablemente fructífero. En la fachada de la Universidad de Salamanca, la más antigua de España, está grabado, en un medallón en relieve con la figura de los Reyes Católicos, la inscripción «Los Reyes a la Universidad y la Universidad a los Reyes». El mismo Fernando el Católico, como lo haría posteriormente Carlos III, no escatimó esfuerzos para apoyar a la Universidad Federico II de Nápoles, contribuyendo, de esta manera, a garantizar su supervivencia y su éxito a lo largo de los siglos. Su alto ejemplo inspira también hoy mi compromiso con esta institución al ser acogido en vuestra comunidad académica
El vínculo entre Nápoles y España es uno de los más estrechos y fértiles en historia, cultura o arte. El pasado que napolitanos y españoles compartimos ha servido para unirnos en el presente con aquel “parentesco de corazones y de caracteres” del que hablaba el español Baltasar Gracián en su Oráculo manual y el arte de la prudencia, dedicado, precisamente, al duque napolitano de Nocera. Nápoles no se puede entender sin España y España no se puede entender sin Italia, y más concretamente sin Nápoles.
Una muestra excelente de nuestro vínculo es Alfonso V, el Magnánimo, monarca de la Corona de Aragón (1416- 1458) y rey de Nápoles, quien, en esta misma ciudad, se distinguió como un verdadero mecenas renacentista, rodeándose de una Corte en la que participaron notables hombres de letras, artistas e intelectuales como Lorenzo Valla.
La corte napolitana de Alfonso el Magnánimo fue un eje vertebrador de intercambios económicos, sociales y culturales entre las principales ciudades de sus reinos y territorios peninsulares, especialmente Valencia y Nápoles, y puede afirmarse que aquel momento fue el pórtico del Renacimiento español.
Es significativo que, como complemento a sus armas, Alfonso V escogiera divisas y motes originales como el del libro abierto. De hecho, se le atribuyen estas palabras: “los libros son, entre mis consejeros, los que más me agradan, porque ni el temor ni la esperanza les impiden decirme lo que debo hacer”.
De esa corte surgió el Cancionero de Estúñiga una selección de poemas en español e italiano escritos por cuarenta autores que representa muy especialmente el espíritu literario y fraterno de aquella corte.
El paso de los años fue hibridando nuestras culturas de tal modo que hay personajes sobresalientes que solo se entienden a la luz de ese vínculo común.
Personajes como el virrey Pedro Álvarez de Toledo, artífice de la remodelación de Nápoles que dio lugar a Via Toledo y a Quartieri Spagnoli, de la reforma del acueducto del Serino y de la pavimentación de muchas calles del centro histórico. En palabras de Benedetto Croce, “Don Pedro trajo a Nápoles el espíritu del Siglo de Oro español, transformándola en un crisol de culturas”.
Otro virrey napolitano, el conde de Lemos, está vinculado doblemente con esta universidad y con la cultura española. No sólo hizo construir una sede universitaria fuera de la puerta de Constantinopla (actual Museo Nacional), que albergó los Estudios hasta 1680, sino que fue el destinatario de todas las obras de Cervantes tras la publicación del Quijote. A Nápoles vino rodeado de un círculo literario que actuó de hilo conductor entre la Corte de Madrid y el virreinato de Nápoles.
Por esta ciudad han pasado españoles notables como Juan de Valdés, Cervantes, Quevedo, Saavedra Fajardo, y, por supuesto, José de Ribera, apodado aquí “lo spagnoletto”, que fue uno de los configuradores del “naturalismo napolitano” con discípulos como Luca Giordano. Aquí vivió Velázquez una etapa importante de su aprendizaje, en la que tuvo la oportunidad de conocer de primera mano el arte de Caravaggio, lo que marcó profundamente su estilo en términos de luz y dramatismo. El ingeniero militar Roque Joaquín de Alcubierre descubrió Herculano, Pompeya y Estabia, uno de los sucesos culturales que más admiración causaron en la Europa de mediados del siglo XVIII.
Esta ciudad, con su mezcla de esplendor artístico, agitación política y vida cotidiana vibrante, ofreció a los españoles un escenario único que enriqueció sus visiones literarias y humanas.
"...con este doctorado adquiero un compromiso con los valores que durante ocho siglos han marcado el recorrido histórico de uno de los centros de pensamiento y reflexión más prestigiosos del mundo y siento desde ahora mismo mi orgullo de pertenencia al claustro, pues a partir de hoy puedo decir que formo parte della comunità dei Federiciani..."
Una de las mejores muestras de ese talento es, precisamente, este magnífico teatro di San Carlo, el 1º del mundo en su género, obra del gran arquitecto Giovanni Antonio Medrano a instancias de vuestro Carlo di Borbone, nuestro Carlos III, mi antepasado directo, primero rey de Nápoles desde donde marchó para ser rey de España después.
Como rey de Nápoles contribuyó a la reforma de su reino y su legislación, transformó urbanísticamente algunos espacios de la capital y construyó importantes residencias reales como el Palacio Real de Capodimonte, promoviendo además de la ciencia, la creación de varias manufacturas reales, así como las excavaciones arqueológicas ya mencionadas.
Soberano ilustrado, mecenas de las artes y las ciencias, Carlos III constituye un referente sin el que no puede entenderse en su plenitud la relación entre Nápoles y España. En resumen, Carlos III consolidó los lazos entre España y Nápoles y su reino “fue ─como ha escrito Giuseppe Galasso─ el puente más sólido entre la Ilustración española y la italiana, con él como gran artífice”.
La trayectoria del rey Carlos III impregna el siglo XVIII de un aire tan genuinamente napolitano como decididamente español. Así se muestra en su apoyo a instituciones como esta Universidad y, muy notablemente, en la incorporación a España de talentos italianos que conoció aquí como Corrado Giaquinto, Tiepolo, Scarlatti, Boccherini o Sabatini, que iban a desarrollar en España la plenitud de su capacidad artística.
Me alegra expresar hoy la admiración que siento por Carlos III. De hecho, en mi despacho cuelga un magnífico retrato suyo por Antón Rafael Mengs; pues, aún con la distancia histórica y las circunstancias de nuestro tiempo ─esencialmente que hoy vivimos en democracia─, es para mí una referencia constante la trayectoria y el compromiso como gobernante de nuestro “Re condiviso”.
En esta maravillosa ciudad están también las raíces del hispanismo italiano con la figura señera de Benedetto Croce a la cabeza y aquí siguen estando también algunas de sus ramas más fértiles con nombres vinculados a esta Universidad como el ya citado Giuseppe Galasso o Antonio Gargano, fallecido hace unos pocos meses al poco de concluir su gran obra sobre el poeta Garcilaso de la Vega, tan ligado a esta ciudad donde vivió intensamente el humanismo y la poesía renacentista a través de su amistad con Bernardo Tasso, Luigi Tansillo, Caracciolo o Mario Galeota.
Esta conexión hispano-italiana parece tener un porvenir asegurado desde este semillero de futuro que siempre ha sido la Universidad. Italia y España son los destinos preferidos para los estudiantes de nuestros respectivos países y lo mismo ocurre con los intercambios docentes.
Este intercambio fructífero y de conocimiento mutuo es un elemento decisivo en la coyuntura geopolítica actual, en la que el proyecto europeo está llamado a defender sus valores y garantías en un escenario global.
La Universidad ha sido históricamente el lugar donde el conocimiento humano se ha negado al desánimo y es la institución mejor posicionada para intentar obtener las respuestas más adecuadas para hoy y para el mañana; respuestas que la Universidad dio en el pasado ante los grandes desafíos de la humanidad y que habrá de dar en el futuro, ante los grandes retos que se nos presentan, con responsabilidad y compromiso, pero también con esperanza.
El sentido literal de la locución latina, alma mater, es decir ‘madre nutricia’ o nutriente, sigue siendo una metáfora certera para aludir a la Universidad en su función proveedora de alimento intelectual. La Universidad, entendida como ese lugar nutriente, debe seguir iluminando y alimentando no sólo en lo académico, sino también en valores y cultura. Sólo así la Universidad jugará un papel fundamental, pues sólo la educación puede transformar una sociedad.
Por todo ello, la Universidad debe ser entendida como una institución que va más allá de la triple misión de preparar profesionales, promover la investigación científica y formar ciudadanos.
La Universidad debe ser el lugar en que aprendamos a buscar la verdad a través de la razón, el diálogo y la contraposición/ contraste de opiniones; un espacio seguro donde debatir libre y racionalmente sobre los aspectos más acuciantes que preocupan a la sociedad; una Universidad entendida como pilar en el proceso de cambio y transformación de las sociedades, ya que debe ser fuente de conocimiento, de innovación y de pensamiento crítico.
Todo ello hilado y reforzado con los necesarios valores cívicos y éticos de convivencia, como la tolerancia o el respeto, que son fundamentales para el desarrollo cohesionado, pacífico, y democrático de nuestras sociedades.
La reflexión de la Universidad es imprescindible en unos momentos complejos como los que vivimos; conectando el trabajo de los docentes, de los investigadores y de los estudiantes con las necesidades sociales de nuestro tiempo; poniendo todo nuestro conocimiento y toda nuestra experiencia, todo nuestro saber y toda nuestra capacidad, al servicio de la sociedad en su conjunto.
En definitiva, contribuyendo a dar respuesta a los grandes retos y desafíos desde una visión mediterránea, con una vocación europea y con un propósito global.
Es importante en este sentido, la conjunción de fuerzas entre todos los países modernos, europeístas y firmes en sus valores democráticos, entre los cuales Italia y España tienen un espacio preeminente.
Señoras y señores, Rector, Presidente, termino mis palabras en este acto en el que recibo el título de Dtor. honoris causa, llegando al final de esta Visita de Estado. En conjunto un repaso breve pero intenso a tanta historia, tanta cultura y tanta vibrante actualidad que nos une y hermana, y nos da esperanza para seguir andando ese camino con la confianza de nuestra amistad.
Gracias de corazón por el alto honor que hoy recibo en esta ciudad que el poeta español Garcilaso de la Vega nombraba como “pulchra Parthenope” y que la escritora española Carmen de Burgos definió como “jardín del mundo”.
La raíz etimológica de la palabra ‘universidad’ encierra en sí el sentido de unión, de comunidad, de proyecto común. Con este doctorado adquiero un compromiso con los valores que durante ocho siglos han marcado el recorrido histórico de uno de los centros de pensamiento y reflexión más prestigiosos del mundo y siento desde ahora mismo mi orgullo de pertenencia al claustro, pues a partir de hoy puedo decir que formo parte della comunità dei Federiciani.
Grazie mille.