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eñores representantes, al encontrarnos hoy con los dignísimos representantes de algunas de las tan variadas etnias indígenas mexicanas, experimentamos la Reina y yo- un doble sentimiento.
Por una parte, de satisfacción, al habérsenos brindado esta magnífica oportunidad de poder transmitir directamente, de primera mano, el saludo entrañable y fraternal de nuestro pueblo a los pueblos que vosotros representáis.
Por otra, de emoción porque, a pesar de que vuestros pueblos hunden las raíces de su rica identidad en la noche de la historia, habéis sido capaces de preservarlas, haciéndolas florecer en un atractivo ramillete de tradiciones, costumbres y formas de vida. Todo ello configura vuestra sociedad actual, viva y despierta, capaz de conjugar el inestimable caudal de vuestro pasado con la esperanza de un futuro que, como todos, en todos los pueblos, ansiamos siempre mejor.
La Corona de España procuró desde el mismo momento del descubrimiento del nuevo mundo la defensa de la dignidad del indígena. Así, el propio Rey Carlos V hizo observar enérgicamente a Hernán Cortés que «Dios Nuestro Señor creó a los indios libres y no sujetos a servidumbre».Claro que la prudencia y la ecuanimidad de los monarcas fue, a menudo, lamentablemente desoída por ambiciosos encomenderos y venales funcionarios que, por la fuerza, impusieron su sinrazón.
Ello suscitó la reacción de gentes de bien que alzaron sus voces en defensa de los derechos de los indígenas. La Corona siempre los escuchó.Entre ellos descuella la figura del dominico Fray Bartolomé de las Casas, quien, con su encendida defensa de la población autóctona americana, propició e influyó considerablemente en la promulgación en 1542 -sólo cincuenta años después del primer viaje colombino- de las Instituciones y Leyes Nuevas de Indias.
Bartolomé de las Casas fue capaz de concebir y ejercitar una seria, coherente y honesta actitud intelectual ante el mundo indígena; y esto es algo que debería servirnos de modelo y pauta a cuantos -como hoy nosotros, aquí- nos acercamos a vuestro mundo con respeto y admiración. Porque difícilmente podremos entendernos, difícilmente podremos hacernos comúnmente inteligibles, si no somos capaces, unos y otros, todos en conjunto -y sin perder ni un ápice de nuestra identidad- de ser tolerantes, abiertos y transigentes; si no somos capaces, al mismo tiempo, de ser tan generosos para dar como para recibir, los unos de los otros, porque todos nos necesitamos solidariamente.
Quisiera aseguraros que la España de hoy, mi pueblo, contempla a los vuestros desde esa actitud, profundamente ética.
Desde ella, sabemos cuáles y cuán grandes son vuestros problemas, como sabemos también el interés y empeño que el Gobierno mexicano pone en facilitaros los medios que puedan ayudaros a su solución.
Al gobierno y a vosotros quiero reafirmaros las intenciones de cooperación más claras y francas por parte de España. Existen ya, en esta misma zona, proyectos comunes en marcha, concertados en torno a objetivos de vuestro mayor interés. Esperamos en estrecho contacto con vuestras autoridades- poder ampliarlos, llevándolos a donde vuestras necesidades más lo requieran.
Nada nos satisfaría más que, con su éxito, España pudiera contribuir a aportar a vuestras sociedades un mejor nivel de vida que, lejos de truncar los aspectos más intrínsecos de vuestra personalidad, los consolidara y fortaleciera.
En 1992 conmemoraremos el V Centenario del encuentro de nuestros dos mundos. Quisiéramos firmemente que tal conmemoración tuviera un claro sentido constructivo, del que participaran -desde la buena fe más transparente y el más acendrado espíritu de cooperación- tanto vuestros pueblos en particular, como el pueblo mexicano en general y todos cuantos hemos asumido el compromiso de dar al evento un contenido de futuro que abra nuevos horizontes.
En su virtud, permitidme que os convoque a aprovechar plenamente las conmemoraciones para, a su socaire, suscitar entre todos una reflexión abierta, valiente y estimulante a fin de que vuestros problemas que también lo son nuestros, sean analizados con ese enfoque y a su análisis sigan acciones puntuales y concretas de cooperación.
Finalmente, os encarezco a que llevéis a vuestras gentes nuestro afecto personal, al que se suma, incondicional, desde el otro lado del ancho mar que nos une, el de toda España.