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Palabras de S.M. el Rey en el acto conmemorativo del 30º aniversario de su Licenciatura de Derecho

Facultad de Derecho de la Universidad Autónoma de Madrid. Ciudad Universitaria de Cantoblanco. Madrid, 3.16.2023

No puedo ocultar la enorme alegría de volver a encontrarme con vosotros —compañeros y compañeras de promoción, profesores, claustro y personal de administración y servicios de mi querida Facultad de Derecho— en este aniversario tan especial. Es alegría y es también impresión lógica de ver que la cifra nos lleva tan atrás en el tiempo; de recordar cómo éramos, lo que pensábamos sobre el futuro y sobre aquel presente, que visto desde el 2023 parece, sinceramente, de otra época.

Volvemos después de tres décadas a las aulas de esta Universidad –aunque no en el mismo edificio− y nos reencontramos unos cuantos de quienes logramos en 1993 sacar adelante la Licenciatura en Derecho. No cabe duda de que la etapa universitaria es un “punto de inflexión” en la vida de cualquier estudiante, como dije en la apertura del actual curso universitario. Lo fue para nosotros. Por supuesto, también lo fue para mí, aunque tuviera un futuro…digamos que más “previsible”, dentro de que en la vida no todo o poco puede estarlo.

Desde el primer día de clase, aquel 18 de octubre de 1988, hasta los últimos exámenes en 1993, y que recogimos nuestro título el 26 de mayo del siguiente año, la colección de recuerdos que tengo de aquella época es valiosísima: de unos compañeros atentos, curiosos, expectantes… y también diría que comprensivos, para jóvenes de esas edades (ahora envidiables) ante unas circunstancias poco comunes... Recuerdos de un personal entregado con profesionalidad y talento al mejor servicio de las actividades docentes e investigadoras; y de unos profesores y docentes sacrificados, íntegros y rigurosos a cuyas clases y seminarios era un honor asistir.

“A mis maestros les debo mucho. Y se lo agradezco ahora y siempre”. Lo dije en mi discurso de proclamación ante las Cortes Generales y lo reitero tanto hoy, un día tan especial, como siempre que surge la ocasión.

Imposible olvidar las enseñanzas de formidables maestros y juristas como lo han sido Aurelio Menéndez  —mi tutor a lo largo de la carrera, como ha recordado Alberto Pamos—, Luis Díaz Picazo, Francisco Murillo Ferrol, Pablo Fuenteseca, Víctor Faierén Guillén, Alfredo Gallego Anabitarte, Julio González Campos, Juan Luis Iglesias Prada o Francisco Tomás y Valiente, cuyo asesinato a manos de ETA nos conmocionó a todos, y a quien mantenemos en nuestra memoria con inmenso cariño y respeto a su legado −estar aquí en el Aula Magna que lleva su nombre me traslada a sus clases magistrales de Historia del Derecho; también a mi primer examen final oral.

Tampoco quiero olvidarme de Miguel Bajo Fernández y Gaspar Ariño, ni del decano Agustín Jorge Barreiro que tampoco están ya entre nosotros.

Igualmente me quiero referir con afecto, gratitud y admiración a Álvaro Rodríguez Bereijo, Elías Díaz, Gonzalo Rodríguez Mourullo, Juan Ramallo Massanet, Manuel Aragón Reyes, Carlos Alba Tercedor, Rodrigo Bercovitz, Vicente Gimeno Sendra, Valentín Cortés, Julio Díaz-Maroto, Isidoro Martín Sánchez, Luis Enrique de la Villa, Liborio Hierro, Antonio Remiro Brotons y decano José Mª Miquel González, de los que tenemos el privilegio de poder seguir aprendiendo. Y pido disculpas si alguno es víctima de mi descuido y no lo he mencionado.

Ellos nos enseñaron Derecho, pero sobre todo nos formaron en los principios y valores que deben inspirar el derecho y la concreta aplicación de la norma. Principios como la justicia, la igualdad, la equidad, la proporcionalidad, la seguridad jurídica son los que contribuyen de forma efectiva a hacer una sociedad más inclusiva, solidaria, igualitaria y justa. En definitiva, ellos nos instruyeron en la idea de que el valor del derecho en la sociedad está orientado al fomento de la justicia, el bien común, la convivencia y la seguridad; que el fin ideal del derecho es la justicia.

"...desde el primer día de clase, aquel 18 de octubre de 1988, hasta los últimos exámenes en 1993, y que recogimos nuestro título el 26 de mayo del siguiente año, la colección de recuerdos que tengo de aquella época es valiosísima: de unos compañeros atentos, curiosos, expectantes… y también diría que comprensivos, para jóvenes de esas edades (ahora envidiables) ante unas circunstancias poco comunes... Recuerdos de un personal entregado con profesionalidad y talento al mejor servicio de las actividades docentes e investigadoras; y de unos profesores y docentes sacrificados, íntegros y rigurosos a cuyas clases y seminarios era un honor asistir..."

Ha pasado ya mucho tiempo desde entonces y la perspectiva de todos estos años me permite reiterar mi lealtad y fidelidad a la Constitución y a los valores en los que descansa nuestra convivencia democrática; también mi firme creencia en la importancia del papel de la Universidad para el progreso y desarrollo económico y social de España.

La educación, la ciencia, la investigación, nos pertenecen a todos, son de todos. La Universidad es un punto de encuentro donde confluyen los esfuerzos de muchos actores: estudiantes, docentes e investigadores y grupos de trabajo que, con su actividad y talento, benefician a la sociedad en su conjunto.

La Facultad de Derecho de esta Universidad me mostró como estudiante −como también ha hecho con muchas generaciones− su calidad docente e investigadora. Aquellos cinco años en la UAM, incluyendo mi paso por la Facultad de Económicas −con el Decano Juan José Durán al frente, y el gran Enrique Fuentes Quintana o Juan Velarde!, junto a tantos catedráticos y profesores de prestigio que pasaron por sus aulas−, me fomentaron aún más la curiosidad por el saber, por conocer más allá de unas asignaturas o materias para lograr un título (sin quitarle importancia), e incluso por intentar aprender continuamente.

Una de las señas de identidad desde su fundación hasta ahora ha sido su inequívoca vocación por la excelencia en la docencia y en la investigación. Nació con tal propósito, como sabemos, en 1970, dos años después que la UAM en la que se integra, manteniéndose siempre fiel a ese objetivo fundacional.

Queridos amigos,
Crear y transmitir conocimientos es una actividad profesional noble y excelente de la que muchos en esta Facultad, además, habéis hecho vocación. Es inconcebible una sociedad, no solo culta, instruida, formada, sino también libre, sin una Universidad robusta, con capacidad crítica y comprometida con su función social, y creo no exagerar si afirmo que en el caso de la Facultad de Derecho esa función es aún más evidente. La misión de educar, formar e investigar es vuestro mejor patrimonio.

Señalaba el Decano en su intervención que es necesario realizar un esfuerzo colectivo y solidario para que la Universidad cumpla precisamente su función social y constituya un motor fundamental del progreso y equilibrio social.

Las universidades en España —también ésta— tienen una exigencia de responsabilidad social, ética y profesional elevada, y todos los que les dan vida deben responder a ella como se ha hecho hasta ahora, con un esfuerzo individual y colectivo coherente con el de la institución a la que pertenecen y a la que sirven; a la altura de la función social y servicio público que ejercen.

Vuestra función docente e investigadora contribuye a la transformación de la realidad social. Porque trabajáis para mejorar la sociedad garantizando el ejercicio de un derecho fundamental y un servicio esencial para la comunidad, el de la Educación Superior.

No me quiero extender mucho más en esta ocasión tan especial y de gran significado. Treinta años después nos hemos vuelto a encontrar (también lo hicimos ayer más informalmente y con muchos que hoy no podían venir), y lo hacemos para recordar lo que vivimos en unos años que fueron muy intensos y cuyo balance es extraordinariamente positivo; para poner en valor lo aprendido de nuestros profesores, maestros, también entre compañeros; y, finalmente, para reafirmar el legado de quienes lamentablemente ya no están con nosotros.

Permitidme que termine agradeciendo a mis compañeros de promoción, a mis profesores de la licenciatura, a las autoridades y a todos por vuestra labor, por vuestro trabajo, y por hacerme sentir el afecto con el que siempre he sido recibido aquí en mi Facultad. Solo espero y deseo que ese sentimiento y esa gratitud sea la que recibáis de todos los estudiantes que año tras año pasan por estas mismas aulas.

Estoy seguro de que este día, como aquel 18 de octubre de 1988 o como el 26 de mayo de 1994, no se nos olvidará a ninguno de nosotros.   Muchas gracias.

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