La triste noticia del fallecimiento del Presidente Nelson Mandela me ha traído a la memoria su inmenso sacrificio personal, —verdaderamente heroico—, al afrontar con tanta fuerza y entereza su injusta encarcelación durante veintisiete años. Al mismo tiempo me hace recordar la alegría universal por su liberación y la admiración que todos sentimos por el acierto con el que supo conducir a Sudáfrica hacia la reconciliación y la Democracia.
Hoy, fiel al sentir de todos los españoles, quiero trasladar al Gobierno, al pueblo amigo de Sudáfrica y a su familia, nuestras más hondas condolencias.
Recuerdo bien cuando vino por primera vez a España en 1992 para recoger, junto con el Presidente De Klerk, el Premio Príncipe de Asturias de Cooperación Internacional, un año antes de que, juntos también, recibieran el Premio Nobel de la Paz. No olvido tampoco la hospitalidad y el afecto que nos brindó con ocasión de la Visita de Estado a su querido país en 1999.
Del político comprometido al reconocido estadista, siempre transmitía Nelson Mandela, además de su profunda humanidad, el anhelo genuino y la firme determinación de transformar Sudáfrica en un país que consiguiera remediar y superar las injusticias del pasado y en el que cupieran todos sus ciudadanos sin distinción, muchos de ellos jóvenes llenos de legítima esperanza en un porvenir de libertad e igualdad.
Su vida, en fin, ha sido un ejemplo de integridad y grandeza puestas al servicio de los demás. Sus sacrificios, sus convicciones, sus gestos y sus decisiones conforman el legado que deja a sus compatriotas y a todos los hombres y mujeres que en el mundo creen y luchan por un futuro mejor.
Descanse en paz quien supo traérsela a Sudáfrica y a quien tanta gratitud debemos todos.