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Palabras de Su Alteza Real el Príncipe de Asturias en el VI Congreso Internacional de la Lengua Española

Panamá, 10.20.2013

Debo ante todo transmitir el más afectuoso saludo de S. M. el Rey, quien lamenta mucho no poder estar hoy aquí copresidiendo la inauguración de este “Congreso Internacional de la Lengua española”, sexto de la serie iniciada en Zacatecas, que él siempre ha alentado con entusiasmo.

A decir verdad, los cinco congresos celebrados, incluyendo el precedente de Chile, que, a causa del terremoto tuvo que refugiarse en el espacio digital, ocupan en la memoria cultural del hispanismo un lugar lleno de riquezas. Porque, concebidos a sugerencia de México, como foros de encuentro y de celebración de la identidad lingüística hispánica, han sido palestra para reflexiones, estudios y debates en torno a problemas socioculturales, y han generado o jalonado iniciativas de gran provecho para la comunidad hispanohablante: por poner un solo ejemplo, del primer congreso surgió la idea de elaborar un Diccionario de dudas lingüísticas que realizaron la Real Academia Española con sus hermanas de América y el Instituto Cervantes. Fue la primera obra de carácter panhispánico. Pero al mismo tiempo, estos congresos han marcado los lugares de celebración, de Zacatecas en México a Rosario en la Argentina, ciudad donde una Fundación mantiene viva la llama del servicio al español.

Acabamos hoy de rendir homenaje a Núñez de Balboa ante el monumento que el Rey Alfonso XIII donó al pueblo de Panamá. Hace quinientos años, avanzando por el istmo en la dirección que le habían indicado los indígenas, rodeado de cientos de ellos, con un puñado de españoles, en busca de un mar que bañaba tierras rebosantes de oro, lo avistó y, caminando por los manglares, tomó posesión de él, impulsando la primera globalización. Era en 1513. El mismo año en que el jurista salmantino Juan López de Palacios Rubios, redactaba el Requerimiento que los conquistadores debían leer, en sustitución de la declaración de guerra, a los pueblos indígenas: un documento apoyado en argumentos teológicos que un maestro de la Universidad de Salamanca, Francisco de Vitoria, iba a rebatir de inmediato alumbrando el derecho de gentes.

Eran tiempos recios. Se ha dicho que Panamá reproduce en cierta medida las características de la conquista indiana como proceso continental. Carlos Fuentes, a cuya autoridad intelectual y literaria tanto deben estos congresos, gustaba de repetir que “la conquista americana se hizo a sangre y fuego, sí, pero también a palabra y  cruz”. Ese mismo año 1513 se constituía como primera diócesis continental “Santa María de la Antigua” del Darién. Echaba a andar la evangelización al tiempo que se propagaban nuevas ideas y valores, los de la civilización occidental, heredera de Grecia y Roma, cristianizados y abiertos al mestizaje.

Poco después la ciudad de Panamá se constituía en capital de la “Castilla del Oro”, ribereña del Pacífico, mar que todavía en el siglo XVI era llamado “el lago español”. Iban y venían los galeones cargados de oro, de riqueza, de sueños, de trofeos de victorias y heridas de batallas. Venía la palabra. Irwing Leonard tituló uno de los mejores capítulos de su obra sobre Los libros del conquistador con estas palabras “Don Quijote invade las Indias Españolas”. Fue una invasión pacífica. Un día de marzo de 1605, recién salida de las prensas de Juan de la Cuesta la Vida del Ingenioso hidalgo, un librero de Alcalá llamado Juan de Sarriá llevó a lomos de mulas a Sevilla un montón de fardos de libros que consignó en la Casa de Contratación a un tal Miguel Méndez, de Lima. Eran, por lo menos sesenta y un bultos, que se embarcaron en un mercante, “Nuestra Señora del Rosario”, que venía a Portobelo.

"...No quiero terminar sin agradecer en nombre de S. M. el Rey al Gobierno de Panamá y a su Presidente la generosa acogida que ha prestado a este Congreso que tanto interés ha suscitado en todo el ámbito de la cultura. El agradecimiento se extiende a todos los que van a participar en las distintas sesiones de trabajo. Y, cómo no, a la Real Academia Española, que cumple trescientos fecundos años, a la Asociación de Academias de la Lengua Española  que con ella se entrega a la promoción de la unidad del español, y, en fin, al Instituto Cervantes que desde la fundación de estos Congresos desempeña su secretaría general y se ocupa de difundir todo cuanto en ellos ha fructificado..."

La llegada de los barcos suponía una fiesta en la pequeña población. Allí estaba el hijo de Juan de Sarriá, un mozo veinteañero que se encargó de vigilar el transporte de los bultos por tierra hasta la ciudad de Panamá; luego hasta el Callao, puerta de entrada del Perú, y, finalmente entregado, en Lima. Así que en mulas que debían ser guiadas para que no se despeñaran por los barrancos, invadieron pacíficamente don Quijote y Sancho las Indias españolas, justo por estas tierras. De aquí fueron nada menos que al Cuzco nueve ejemplares, y más de sesenta quedaron en Lima. Libros de caballerías, comedias de Lope de Vega, sermones y libros de devoción extendían la palabra castellana. Pasaban de boca en boca de criollos y mestizos las aventuras del caballero y su escudero, que muy pronto se hicieron figuras familiares al tiempo que toda la Tierra firme se convertía poco a poco en “territorio de la Mancha”. Panamá era puerta y llave de mercancías y de hombres: del Atlántico al Mar del Sur.

Hoy nos reunimos en esta ciudad de Panamá, que día a día, llena de vigor, ensancha sus canales, para reflexionar y debatir sobre el libro: sobre la historia que el ir y venir de los libros tejió uniendo dos mundos; sobre su compleja realidad actual, y sobre su futuro. El poeta latino Marcial —lo recuerda Alberto Manguel— se entusiasmaba en uno de sus Epigramas: “¡Homero en páginas de pergamino! / ¡La Ilíada y todas las aventuras / de Ulises, el enemigo del reino de Príamo! / Todo encerrado en un trozo de piel / plegado en páginas de escaso tamaño”. ¡Qué hubiera dicho al multiplicarse siglos después los manuscritos cuando se desarrolló la galaxia Guttenberg y grandes obras impresas se apretaban en libros de bolsillo!

En el Siglo de Oro español Lope de Vega y Quevedo alertaban contra el exceso de libros, que, siglos más tarde, Edgar Allan Poe calificaba como “uno de los mayores males de nuestra época”. Todos ellos estaban, en definitiva, reclamando una lectura reposada y gustosa. Porque solo en ella puede el hombre dialogar consigo mismo.

El programa del Congreso plantea muchas cuestiones de palpitante actualidad en torno al libro: el binomio de creación y comunicación como propósitos de la escritura; la propiedad intelectual y los derechos de autor; la cadena del libro desde su edición y distribución a su presencia en las librerías y bibliotecas… Y muchos más. Pero al fondo de todo se perfila la figura del lector, de un buen lector.

Aquí están, por feliz y generosa iniciativa del Ministerio de Educación panameña, más de mil profesores de educación secundaria. Ellos y sus colegas de toda la Comunidad Iberoamericana de Naciones tienen encomendada la tarea fundamental de todo proceso educativo: la formación de lectores, básica para cualquier estudio, y fundamento de la creación de buenos ciudadanos. Porque un buen lector es alguien dispuesto a dialogar y, en consecuencia, abierto y preparado para la discusión razonada de la cosa pública y de los problemas sociales. Pero más allá de eso, en el ámbito estrictamente individual, en el plano de la realización de la persona, un buen lector es un hombre capaz de “vivir reviviéndose” de continuo, ya que, como decía Goethe: “cuando se lee, no se aprende algo; se convierte uno en algo”.

No quiero terminar sin agradecer en nombre de S. M. el Rey al Gobierno de Panamá y a su Presidente la generosa acogida que ha prestado a este Congreso que tanto interés ha suscitado en todo el ámbito de la cultura. El agradecimiento se extiende a todos los que van a participar en las distintas sesiones de trabajo. Y, cómo no, a la Real Academia Española, que cumple trescientos fecundos años, a la Asociación de Academias de la Lengua Española  que con ella se entrega a la promoción de la unidad del español, y, en fin, al Instituto Cervantes que desde la fundación de estos Congresos desempeña su secretaría general y se ocupa de difundir todo cuanto en ellos ha fructificado.

Y, a cuantos aquí nos acompañáis y en los próximos días vais a acompañar ponencias y debates, el regalo de unos versos de Pablo Neruda: “un libro / sin soledad, con hombres / y herramientas, / un libro / es la victoria”.

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