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Palabras de Su Majestad el Rey en el VII Congreso Internacional de la Lengua Española

San Juan de Puerto Rico, 3.15.2016

La Reina y yo sentimos una gran alegría por viajar nuevamente a los EEUU de América y por hacerlo poco después de haber visitado La Florida. Hoy estamos en Puerto Rico, donde también se manifiestan de una manera tan intensa y fructífera nuestra historia y cultura, así como nuestra colaboración en tantas áreas de interés común.

Al comenzar mis palabras quiero saludar muy cordialmente al Sr. Gobernador del Estado Libre Asociado de Puerto Rico, Alejandro Garcia Padilla, a la 1ª Dama, Dña Wilma, y demás autoridades que nos reciben. Gracias por su hospitalidad y gentileza, y muy especialmente por el ofrecimiento generoso para que aquí tenga lugar el VII Congreso Internacional de la Lengua Española. Sabemos con qué interés e ilusión han colaborado, usted Gobernador García Padilla y su Gobierno, en la preparación de estas jornadas.

Y saludamos todos, con especial y profundo afecto, al pueblo de Puerto Rico que nos acoge a cuantos venimos de los países de habla hispana a este encuentro para reforzar los lazos de sangre que nos unen por encima de cualquier diferencia. Saludo, en fin, a quienes haciendo un alto en vuestro quehacer cotidiano os congregáis para tomar el pulso de nuestra lengua reflexionando sobre lo que ella ha supuesto y supone en la creatividad, en todos los ámbitos de la vida y de la cultura.

Llegamos pues a Puerto Rico, “isla de simpatía” como la llamó Juan Ramón Jiménez en su sentido propio de “comunidad de sentimientos”. En efecto, en esta ciudad que Colón bautizó en 1493 con el nombre de San Juan todo hace que un hispano se sienta en su propia casa, empezando por nuestra lengua que, alternando con el inglés, se oye con un acento que se me antoja entre andaluz y canario. Es la lengua indohispana, trufada de términos taínos, porque a través de siglos la fusión de sangres ha abierto cauce a las viejas raíces históricas mestizas, las que aquí afloran también en las canciones populares acompañadas de maracas y güiros puertorriqueños.

No es momento quizás de repasar la intensa historia de Puerto Rico, pero como español, no quiero dejar de agradecer a esta generosa tierra la acogida hospitalaria que, en tiempos dramáticos y muy dolorosos para nosotros, dispensó a tantos de mis compatriotas. Recordemos así a algunos de nuestros intelectuales que la Universidad de Rio Piedras recibió entonces: Nombres como Federico de Onís, Fernando de los Ríos, Américo Castro, Pedro Salinas, Francisco de Ayala, o Ricardo Gullón. Al igual que ocurrió en México, Argentina o Chile, ellos y otros muchos potenciarían el diálogo cultural de modo muy fecundo.

Y es, también, de justicia reconocer y subrayar la gran contribución de Puerto Rico a la conformación de nuestra cultura hispanohablante, y su influencia decisiva en tantos creadores de nuestro idioma. Un español mestizo cuya gran expansión llegaría, como es bien sabido, con la independencia de las provincias ultramarinas y el nacimiento de las jóvenes repúblicas en las que los gobiernos, para poder crear comunidad, echaron mano del castellano como lengua común.

Este año, al conmemorarse el IV Centenario de la muerte de Miguel de Cervantes, fallecido el 22 de abril de 1616, todos centraremos nuestra mirada en su figura, en su obra, en su inmenso legado. Pero no lo haremos sin antes reconocer y ensalzar también otras dos figuras clave de nuestra lengua, de nuestra literatura y nuestra cultura, que serán igualmente homenajeados.

Me refiero al Inca Garcilaso de la Vega ─“El primer peruano”─ también fallecido el 23 de abril de 1616, y al gran Rubén Darío, alma de la querida Nicaragua. Si el Inca Garcilaso, hijo de un capitán español y una princesa inca, personificó como pocos el mestizaje integral que daría lugar a un mundo diferente ─a una civilización nueva que trascendería a unos y a otros─, Rubén, por su parte, afirmaría con brillantez y contundencia la patria del español a uno y otro lado del océano, o sea, la dimensión panhispánica.

Vuelvo ahora con Miguel de Cervantes. Fue la suya una vida azarosa, jalonada por la firme vocación literaria con afán de originalidad. Con el Quijote, su creación más excelsa, Miguel de Cervantes buscaba una auténtica literatura de la vida. Con la historia del caballero manchego, declaraba su autor el propósito de que “el melancólico se mueva a risa, el risueño la acreciente, el simple no se enfade, el discreto se admire de la invención, el grave no la desprecie ni el prudente deje de alabarla”.

Don Quijote, nada más salir de las prensas, se encaminó a conquistar América. En el sevillano Archivo de Indias se encuentran testimonios de cómo pasajeros de distintos barcos que iban a América entretenían las largas horas leyendo el Quijote. En la ciudad de Cuzco, el último día del año 1607, en un festejo de homenaje del nuevo virrey, se celebró una “carrera de cintas” y, entre los caballeros que tomaban parte en el torneo, apareció el Caballero de la triste figura, montando un flaco rocín y acompañado de Sancho, el cura y el barbero, y la princesa Micomicona. Así tomaba don Quijote posesión del americano territorio de la Mancha. Desde entonces fue personaje habitual de los carnavales y hasta figuraba en procesiones religiosas.

"...es la primera vez que un Congreso panhispánico de esta serie inaugurada en 1997, se celebra en un país tan íntimamente ligado al conjunto de los Estados Unidos, y va a dedicar una atención especial al diálogo de las lenguas: del español con todas las lenguas originarias de cada país; del castellano con el eusquera, el catalán y el gallego. Y, naturalmente, del español como lengua en contacto aquí con el inglés..."

Sirvan estos recuerdos, tan significativos, para poner de relieve en este año tan especial la dimensión americana, panhispánica y universal del autor de la obra culmen de la literatura universal.

Nuestro Congreso va a ocuparse, como ya se ha dicho, de nuestra lengua considerada como fuente de creatividad en todos los órdenes de artes y ciencias. Mirará al pasado como lección para el presente y el futuro de la comunidad hispanohablante. Pero no solo de la comunidad hispanohablante, porque la dimensión y la proyección de nuestro idioma ─segunda lengua de comunicación internacional, hablada por más de 500 millones de personas en todos los continentes─, enriquece verdaderamente al conjunto de la Comunidad Internacional. Porque el español, que convive armoniosamente en su territorio con infinidad de idiomas y expresiones culturales, contribuye a fortalecer y garantizar la misma diversidad cultural mundial.

Es la primera vez que un Congreso panhispánico de esta serie inaugurada en 1997, se celebra en un país tan íntimamente ligado al conjunto de los Estados Unidos, y va a dedicar una atención especial al diálogo de las lenguas: del español con todas las lenguas originarias de cada país; del castellano con el eusquera, el catalán y el gallego. Y, naturalmente, del español como lengua en contacto aquí con el inglés.

La población hispana de Estados Unidos ronda actualmente, según la información del Instituto Cervantes, los 53 millones de personas, de las que más de 41 millones tienen un dominio nativo y los otros 11 millones y medio alcanzan una competencia limitada. Nuestra lengua es con mucha diferencia el idioma extranjero más estudiado en todos los niveles de la enseñanza, y, según los cálculos de la Oficina del Censo, en el año 2050 los Estados Unidos pueden ser el primer país hispanohablante del mundo.

Pero más significativo que las cifras es el hecho de que, como señala el Observatorio del Español y las culturas hispánicas del Instituto Cervantes en la Universidad de Harvard, el español ha dejado de ser una lengua marginal de emigrantes para integrarse como lengua social y de cultura en la sociedad americana.

Dentro de ese conjunto merece especial atención la comunidad puertorriqueña. A los más de 3 millones y medio de habitantes de la isla, Puerto Rico suma un millón y medio de población repartida por los Estados Unidos y, junto a ella, otros 3,6 millones de puertorriqueños que se reconocen como tales, pero que nacieron en alguno de los 50 estados de la Unión. Como en tantos contextos de migración, el devenir de los puertorriqueños en los Estados Unidos no ha sido fácil. Allá se cruzaron dificultades económicas, sociales y culturales, que han ido resolviéndose paso a paso, en un deseo general de integración y prosperidad.

Y es que la comunidad puertorriqueña de los Estados Unidos despliega ante nuestros ojos un fascinante abanico de palabras, ideas, imágenes e ideologías; un rico muestrario de manifestaciones lingüísticas y culturales, que enriquece y asombra a la cultura hispánica tanto como a la anglo-norteamericana.

Los puertorriqueños han sabido, como pocos, vivir y sobrevivir en la frontera de las sociedades, las culturas y las lenguas. Porque éstas no son contradictorias con la diversidad; basta con aceptarla de forma natural en cada una de ellas, sin detrimento de sus componentes. Son precisamente las culturas más extensas del mundo las que mejor pueden administrar la diversidad en su interior y en sus fronteras, y en ello los puertorriqueños tienen mucho que decir, desde dentro de la comunidad hispánica y desde dentro de la sociedad estadounidense. 

Es bien conocida asimismo su lealtad lingüística hacia el español, que no impide que el 83% de los puertorriqueños residentes en el continente dominen bien o muy bien el inglés. Aquí se revelan las lenguas como instrumentos de integración y comunicación, a la vez que formas de expresión comunitaria. Así nos lo han enseñado escritores nacidos en Puerto Rico y arraigados en los EEUU. El mundo de los contactos lingüísticos en los EEUU ofrece todo un universo de posibilidades para la creatividad puertorriqueña. Porque tal creatividad es capaz de sobrevolar las fronteras sociales de las lenguas para situarse donde mejor convenga a cada creación. Todo ello enriquece la cultura puertorriqueña, la cultura hispánica, la cultura anglosajona y, en definitiva, la cultura universal.

Y es verdaderamente en este último espacio, en el ámbito universal, donde la lengua española y todas las culturas a ella vinculadas pueden, en el mundo globalizado de nuestros días, realizar las mayores aportaciones. Para empezar, y como he adelantado, contribuyendo a garantizar la diversidad cultural y lingüística mundial desde la cohesión y la fuerza del propio “territorio de La Mancha” ─como lo llamó Carlos Fuentes─ que compartimos de manera solidaria tantas naciones hermanas. 

Señor Gobernador, 1ª Dama, autoridades, académicos, congresistas y amigos todos. He hablado al principio de que estos Congresos son una celebración de la hermandad en la lengua. Creo que el mejor homenaje que podemos tributar a Miguel de Cervantes en este cuarto centenario, como pidió Rubén Darío, es seguir el espíritu ideal de don Quijote: diálogo de lenguas y culturas hermanadas por la palabra que nos hace humanos.

Muchas gracias.

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