Agradeço muito sinceramente a cordialidade com que me abrem as portas desta Câmara e atravesso o limiar da Assembleia da República com um profundo respeito pelo privilégio que me concedeis.
Venho de coração aberto para me encontrar com os representantes do caro povo de Portugal, terra que tenho sempre presente, que frequentei desde a infância e de que guardo as melhores recordações.
Gostaria de partilhar convosco muitas e profundas emoções que suscita em mim o vosso generoso convite de hoje, ao ter pela primeira vez a oportunidade de me dirigir a quem encarna a Nação portuguesa.
De meu avô, o Conde de Barcelona, herdei a gratidão invariável à hospitalidade do povo português e a admiração pela tradição marítima portuguesa e pelos seus grandes navegadores.
De meu pai, o Rei Juan Carlos, advém o meu amor pela língua portuguesa e o interesse fraterno pela sorte de Portugal. Lembro-me bem da alegria que ambos me transmitiram ao ver como Espanha e Portugal compassavam a sua nova vida democrática, o seu projeto europeu e a sua vocação ibero-americana, sentimento que continuo a partilhar com enorme convicção.
Por isso, é profundo, Senhor Presidente, o meu agradecimento pelas suas generosas palavras de boas-vindas e a minha gratidão pelo seu acolhimento hospitaleiro.
Con la Reina guardo también, de manera muy especial y agradecida, la imagen viva de unas jornadas muy fructíferas en Lisboa, en Oporto y Guimarães; y aguardamos con ilusión los encuentros y actividades que aún nos reserva esta visita. Todo ello quedará para siempre en un lugar muy especial de nuestra memoria.
Y ante esta Asamblea quiero dar las gracias solemnemente al Excelentísimo Señor Presidente de la República, el Profesor Doctor Marcelo Rebelo de Sousa, por su invitación, por su afecto, por su constante atención hacia la Reina y hacia mi persona. Por su sensibilidad y amistad hacia España.
Señorías,
Si una ley antigua manda dejar fuera de la casa propia las preocupaciones del mundo, esa norma se invierte en la casa de la soberanía nacional.
En efecto, bien sé que es, a la vez, un derecho y una obligación traer al Parlamento las inquietudes, las iniciativas y los anhelos de los ciudadanos; para buscar entre todos, mediante el debate y el acuerdo, la mejor de las respuestas en el marco del bien común.
En mi caso, pocos gestos me son más gratos que aquellos que me permiten asociarme a las ideas del deber y de la búsqueda del bien común, que son las que se encarnan en todas las personas que ocupáis vuestro escaño en esta Cámara. Soy, además, consciente de que nada que interese a vuestros compatriotas os es ajeno y, por ello, todo lo que a ellos preocupa e ilusiona llena cada día vuestras tareas parlamentarias; presididas ─naturalmente, dentro de la legítima discrepancia─ por una misma voluntad de acierto.
Y muy probablemente coincidamos en que, como en pocos momentos de nuestra historia, los asuntos que se debaten en los Parlamentos de Portugal y de España versan sobre cuestiones análogas.
Pues, Señor Presidente y Señorías, entre esas cuestiones, me gustaría subrayar aquellas que tienen que ver con nuestro lugar en el mundo y que tanto Portugal como España tenemos por fortalezas compartidas.
Nuestro primer anhelo, como españoles y portugueses, es seguir siendo ─y construyendo─ vigorosamente Europa. Europa es nuestra cuna y nuestro destino común. Ambos países celebramos este año 2016 el trigésimo aniversario de nuestro simultáneo ingreso en las entonces Comunidades Europeas, tras la recuperación de las libertades y la aprobación de sendas Constituciones, base de nuestra respectiva convivencia y concordia en democracia y libertad.
Los dos países nos sumamos entonces a un proyecto europeo de paz, reconciliación y fraternidad, un proyecto asentado sobre los pilares de la democracia y los derechos humanos.
Volvimos a unos caminos ─los de Europa─ por los que las personas, los bienes, los servicios y los capitales circulan con la misma libertad que en el interior de un Estado miembro. Gracias precisamente a esa libertad, las magnitudes de la relación entre los socios europeos y los datos de la relación bilateral entre Portugal y España, crecen de año en año.
Para ambos países la incorporación al proyecto de integración europea puso en marcha uno de los motores que más ha impulsado nuestro progreso económico y desarrollo social. Y con nuestra integración en Europa, ambas naciones hemos contribuido a que nuestros socios comunitarios valoren la trascendencia de estrechar los vínculos con Iberoamérica, con los países africanos de lengua portuguesa y con algunos de un oriente extremo, pero a la vez próximos a la historia peninsular.
Portugal y España mantenemos contactos permanentes para defender posiciones e intereses a menudo coincidentes respecto del cumplimiento de numerosas políticas comunitarias. Nuestra concertación y hermandad ibérica nos sirven bien para adelantar nuestros respectivos intereses en el seno de la Unión y apoyarnos solidariamente en momentos de dificultad.
Cuanto mejor vaya Europa, mejor irán Portugal y España. Cuanto mejor marchen España y Portugal, mejor caminará Europa.
Otra de nuestras fortalezas mutuas reside en nuestra dimensión atlántica, la que nos une en la OTAN/NATO junto a otros 26 países con el propósito de “salvaguardar la libertad y la seguridad de sus miembros”. Cuanto más libre y seguro sea el mundo, mejor irán España y Portugal.
Nos une así mismo nuestra pertenencia a Naciones Unidas. Fieles a su Carta, “reafirmamos la fe en los derechos fundamentales del hombre, en la dignidad y el valor de la persona humana, en la igualdad de derechos de hombres y mujeres y de las naciones grandes y pequeñas”. De ahí nuestro esfuerzo en solidaridad. Cuanto más extendida y general sea la dignidad del ser humano, mejor nos irá a portugueses y españoles.
Hablo de unas Naciones Unidas que felizmente han elegido por aclamación ─con el activo y entusiasta apoyo de España desde el Consejo de Seguridad─ al ingeniero Antonio Guterres como su nuevo Secretario General. Esta elección ha recaído sin duda en el mejor candidato; y la hemos celebrado “con los ojos niños y portuguesa el alma”, como hace decir nuestro dramaturgo Lope de Vega a uno de sus personajes españoles. Pues lo ha sido tanto por sus cualidades probadas, como porque pocas personas de cualquier otro país como Portugal aportan al concierto de las naciones una sensibilidad histórica y espiritual que recoge notas de los cinco continentes. Estoy seguro de que su mandato en Naciones Unidas impulsará con fuerza y convicción los valores universales, que en un mundo tan complejo e incierto es cada día más necesario defender, promocionar, y afianzar.
"...Aqui, diante desta Assembleia, expresso a minha convicção de que Portugal e Espanha continuarão a caminhar juntos com o impulso dos sentimentos de afeto e amizade que, hoje como nunca, unem os nossos cidadãos. São sentimentos baseados no respeito, no conhecimento mútuo, no reconhecimento das nossas profundas afinidades; em tudo o que partilhamos que ultrapassa largamente a vizinhança; porque espanhóis e portugueses, portugueses e espanhóis, estão ligados por autênticos laços de fraternidade. Nunca na nossa longa história as duas sociedades se sentiram tão próximas..."
Con igual anhelo y compromiso y con el vínculo común de la historia compartida España y Portugal, junto a los demás países de Iberoamérica, hemos querido impulsar y estrechar nuestros lazos políticos, económicos y culturales. Instituimos, en 1991, la Conferencia Iberoamericana, máxima expresión de la Comunidad Iberoamericana de Naciones, como un espacio en el que 22 países concertamos la voluntad política de sus Gobiernos y acercamos aún más a nuestros respectivos pueblos gracias a la proximidad cultural e idiomática.
Portugueses y españoles sabemos que cuanto más próspera sea Iberoamérica, más próspera será nuestra común tierra ibérica. Pero deseamos también, con nuestra prosperidad ─y con la europea─, contribuir igualmente a la de las naciones hermanas de Iberoamérica.
Esa dimensión americana de nuestros dos países, esa fortaleza que nos une otra vez al Atlántico, me lleva a hablar de otros dos inmensos valores de nuestras naciones, que desbordan el ámbito americano y europeo para extenderse por toda la Tierra: me refiero a la lengua española y a la lengua portuguesa que compartimos con otras muchas naciones.
Como tuve oportunidad de señalar en mi visita a Portugal, tan sólo unos días después de mi proclamación como Rey de España, la semejanza entre nuestros dos grandes idiomas constituye una de las bases fundamentales de nuestra fuerza y singularidad.
Y gracias a esa afinidad podemos reconocer hoy la existencia de un gran espacio lingüístico compuesto por una treintena de países de todos los continentes y por más de 750 millones de personas. Un espacio formidable, de alcance y proyección universal, que no debemos perder de vista en el mundo crecientemente globalizado de nuestros días. De este modo, cada vez que la lengua española y la portuguesa se hacen más universales, más universales se hacen Portugal y España.
Señor Presidente, señorías,
Esos lugares que compartimos en el mundo descansan sobre una realidad fecunda, viva y en continuo progreso. Es la realidad de unas relaciones bilaterales sólidas e incomparables. Nombrarlas todas ellas, enumerar los intercambios hispano-portugueses, sería nombrar el océano: no hay vertiente de la vida pública o de la sociedad civil que escape a esa intensificación constante, con pleno respeto a las respectivas identidades y soberanías nacionales.
Año tras año, desde 1983, las Cumbres entre nuestros dos países suman nuevos vínculos. Quisiera recordar los más recientes:
En el ámbito de la seguridad y defensa, destaca la firma del Acuerdo de Cooperación bilateral y nuestra activa presencia en la coalición internacional de lucha contra la organización terrorista Daesh.
La tranquilidad de portugueses y españoles debe mucho al trabajo codo con codo de nuestras respectivas Fuerzas Armadas, Cuerpos de Seguridad y Servicios de Inteligencia en la lucha contra el terrorismo, la delincuencia y la inmigración irregular.
Nuestro mutuo progreso en materia económica se asienta en unas cifras sin equivalente: España es el primer socio de Portugal; país que, a su vez, como socio comercial, supera para España al conjunto de Iberoamérica. Realidades en aumento de las que ayer me hice eco en el encuentro con empresarios de nuestros dos países.
En los últimos años tanto en España como en Portugal hemos sufrido una crisis económica que ha afectado gravemente a nuestros ciudadanos. Hoy nuestras economías han retomado la senda del crecimiento y seguir trabajando en la profundización de la relación económica bilateral es la mejor manera para consolidar la recuperación, la creación de empleo y la sostenibilidad del modelo social que compartimos.
España y Portugal queremos convertir a la Península Ibérica en una alternativa rentable para el abastecimiento energético de Europa. A ese fin se orientan la reciente creación de un mercado ibérico del gas y la dinamización del mercado ibérico de la electricidad. De ahí nuestro común empeño en mejorar las interconexiones energéticas con el resto de Europa.
Por otra parte, estoy seguro también de que muchos de los diputados aquí presentes conocen e impulsan ese capítulo de tan honda dimensión social y humana como es el de la cooperación transfronteriza, modélica a ambos lados de la raya y que seguirá gozando del impulso de nuestros gobiernos.
Nuestros dos países, pioneros en la inédita mundialización marítima de los siglos XV y XVI, desean colaborar más en la economía del mar. Una economía, en sectores como la pesca, el transporte, la energía y el turismo, a la que tan solvente atención dedican las autoridades portuguesas y españolas. Pero también en otras áreas más científicas o del conocimiento dedicadas al futuro del Mar y los océanos.
En la noble tarea de dar a conocer en el país vecino la cultura propia colaboran resueltamente los prestigiosos Institutos Camões y Cervantes, y otras importantes iniciativas y actividades como la Muestra España y la Mostra Portuguesa, el Premio Luso-Español de Arte y Cultura, o el benemérito Colegio español y lisboeta “Giner de los Ríos”.
Senhor Presidente, senhores deputados,
Vim a este Hemiciclo, sede da vossa soberania, tal como o fez meu pai, o Rei Juan Carlos, para reafirmar e renovar a mensagem de fraternidade entre os povos de Portugal e Espanha.
Devemos olhar com legítimo orgulho para as quatro últimas décadas de vida democrática e em concórdia.
Devemos valorizar os nossos pontos fortes partilhados neste mundo global.
Devemos congratular-nos pela extraordinária vitalidade e riqueza das nossas relações mútuas.
Há quase quinhentos anos, com o impulso da Coroa, o português Fernão de Magalhães e o espanhol Juan Sebastián de Elcano iniciaram juntos a empresa de dar a volta ao mundo. Ambos abriram novos horizontes e reafirmaram a nossa confiança comum na capacidade do ser humano para superar obstáculos, só aparentemente intransponíveis.
Aqui, diante desta Assembleia, expresso a minha convicção de que Portugal e Espanha continuarão a caminhar juntos com o impulso dos sentimentos de afeto e amizade que, hoje como nunca, unem os nossos cidadãos. São sentimentos baseados no respeito, no conhecimento mútuo, no reconhecimento das nossas profundas afinidades; em tudo o que partilhamos que ultrapassa largamente a vizinhança; porque espanhóis e portugueses, portugueses e espanhóis, estão ligados por autênticos laços de fraternidade. Nunca na nossa longa história as duas sociedades se sentiram tão próximas.
Por tudo isto, Senhores Deputados, hoje, perante vós, perante o povo português, quero que saibam que como espanhol, como Rei de Espanha, o meu coração está com Portugal.
Muito obrigado.