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Palabras de S. M. el Rey en la apertura del Curso Universitario 2019-2020

Paraninfo de la Universidad de A Coruña, 9.30.2019

Para min ė un orgullo e sempre unha gran honra presidir cada ano a apertura oficial do curso universitario para toda España. E nesta ocasión alėgrome moito de facelo nunha terra como Galicia, pola que tanto cariño sentimos, e nunha universidade tan xoven e moderna como a Universidade da Coruña que hoxe nos acolle.

Gracias y felicidades a la Profesora Amparo Alonso por su magnífica y estupenda “lección magistral”.

Es indudable que nuestro sistema universitario, conformado a largo de 40 años de democracia, ha contribuido de forma decisiva a la articulación de nuestra sociedad y ha sido fundamental para que durante estos años hayan crecido de manera muy notable la igualdad de oportunidades entre ciudadanos y la aportación de conocimiento para nuestro desarrollo. Y es crucial que nuestras universidades, como vanguardia de la sociedad y apuesta constante de futuro, continúen desempeñando ese papel.

Así, los pilares de nuestra universidad son sólidos. España se encuentra entre los 10 países con mayor productividad científica del mundo ─la mayor parte de ella surge del entorno universitario─ y ha vertebrado un sistema de educación superior cohesionado que permite una formación de alta calidad en todo nuestro país. Es una realidad que las universidades españolas forjan profesionales muy bien preparados, como los del resto de los países más avanzados.

Aunque durante los años de crisis la actividad de la Universidad se vio muy afectada, ciertamente el conjunto del sistema universitario fue capaz de mantener su funcionamiento gracias al compromiso y el esfuerzo de sus plantillas: profesores, investigadores y resto de trabajadores que han permitido conservar la calidad universitaria. Sin duda, este esfuerzo ha hecho posible que el sistema universitario español mantenga también una posición relevante en el ámbito internacional.

Sin embargo, no son pocos los desafíos a los que se enfrenta España en los próximos años en el contexto de la educación superior. Me refiero a cuestiones como la mejora de la inserción laboral de los nuevos titulados, la modernización del currículo de sus estudios, una mayor internacionalización, o la captación de personas con talento investigador que hayan desarrollado parte de su carrera profesional en el extranjero. También me refiero a los nuevos modos de transferencia del conocimiento, al fomento de las vocaciones científicas y a los retos educativos de primera magnitud asociados a los procesos de digitalización y robotización en el trabajo.

Colectivamente debemos ser conscientes de que la tecnología y la automatización inteligente asumirán cada vez más muchos aspectos de las profesiones cualificadas, y que esto sucederá a un ritmo vertiginoso. La manera en que estos fenómenos impactarán en el mundo laboral y social será una realidad que tendremos que afrontar como sociedad en los próximos años; también, naturalmente, desde la Universidad. Frente a este escenario que se aproxima, las instituciones educativas deberán estar preparadas para atender la inminente transformación tecnológica.

"...un objetivo irrenunciable para la Universidad debe seguir siendo el de educar ciudadanos instruidos y con capacidad de juicio; personas comprometidas con el futuro de su comunidad, de su sociedad, atentas a la novedad y al conocimiento; hombres y mujeres, en definitiva, que contribuyan a sostener una sociedad democrática, autocrítica y abierta a un mundo globalizado, interdependiente e interconectado..."

Por ello, es necesario plantear cuanto antes el mejor modo de preparar a nuestros jóvenes para los nuevos empleos digitales, muchos de ellos aún por definir, y qué soluciones educativas son las mejores para escenarios complejos cada vez más próximos.

Se trata, sin duda, de un desafío muy complejo. La Universidad debe garantizar, además, que la comunidad estudiantil en su conjunto reciba formación suficiente con la que evaluar los riesgos, las expectativas y las oportunidades del futuro, de modo que puedan orientarse los desarrollos técnicos en beneficio de toda la sociedad. Finalmente, esto deberá hacerse sin que se resientan los puentes de transmisión de todo nuestro acervo cultural y de los saberes humanísticos que nos definen.

Será necesario, por tanto, fortalecer los estudios en tecnología y computación ─pues, en cierto modo, ser competente en estas disciplinas será el equivalente moderno del saber leer y escribir de siglos pasados─; pero sin olvidar que los problemas más acuciantes que hoy nos plantea el desarrollo científico-tecnológico nos remiten a preguntas que deben tener en cuenta necesariamente las concepciones y los saberes humanísticos. Los sistemas universitarios en el siglo XXI deberán, pues, combinar una doble función: desempeñar un papel fundamental en la nueva economía y, simultáneamente, reivindicar de modo riguroso su espíritu crítico como parte de su compromiso social.

En la actualidad numerosas voces advierten de una crisis de la propia idea de Universidad. El reto reside en adaptar una institución con tantos siglos de historia para que siga siendo central hoy y mañana, aún bajo el ritmo de los cambios acelerados de nuestro tiempo. La propia expresión “Universitas” −como sabe todo universitario– hace alusión a la universalidad del conocimiento y fue también, desde su origen, el término con el que se nombró al gremio que velaba por proteger los intereses de las personas comprometidas con “el oficio del saber”.

Por eso, estoy convencido de que la Universidad mantendrá un papel relevante en las sociedades venideras, preservando ese carácter germinal, el de una institución que favorezca espacios de encuentro con el conocimiento, no solo para todos los miembros de la comunidad académica sino para el conjunto de la sociedad en general; espacios desde donde poder innovar y también reflexionar, desde donde medir y orientar muchos de nuestros avances, y también, cuando sea necesario, desde donde recibir alertas sobre los riesgos a los que tener que enfrentarnos con mayor rigor y garantía.

Señoras y señores,
A finales del XIX, la Institución Libre de Enseñanza echó a andar con un catálogo de principios a los que se proponía ser fiel. En concreto, la educación tendría que facilitar una formación profesional que preparase a los estudiantes para ser científicos, abogados, médicos, ingenieros, literatos..., pero, como decía su programa educativo de 1876, "sobre eso, y antes que todo eso, personas capaces de concebir un ideal, de gobernar con sustantividad su propia vida y de producirla mediante el armonioso consorcio de todas sus facultades".

Este espíritu, este ideal, debe acompañar cualquier proceso de modernización educativa. Preparar especialistas y profesionales de la mayor calidad, sin descuidar nunca la necesidad y el objetivo de que los alumnos puedan experimentar intelectual y vitalmente su propia formación.

Porque un objetivo irrenunciable para la Universidad debe seguir siendo el de educar ciudadanos instruidos y con capacidad de juicio; personas comprometidas con el futuro de su comunidad, de su sociedad, atentas a la novedad y al conocimiento; hombres y mujeres, en definitiva, que contribuyan a sostener una sociedad democrática, autocrítica y abierta a un mundo globalizado, interdependiente e interconectado.

Muchas gracias y desde A Coruña envío un saludo a toda la comunidad universitaria de España, deseándoles lo mejor para este curso 2019/2020 que ya está en marcha.

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